Justo cuando pensáis que le habéis cogido el tranquillo, el mercado siempre se alegra de recordaros que nunca parará de sorprenderos. De hecho, lo único que nosotros, los inversores…¡ejem!…los humanos somos capaces, siendo realistas, de comprender completamente es esto: la única certidumbre en los mercados es la incertidumbre. Lo mejor es que lo aceptemos o el mercado seguirá contraatacándonos, aun cuando no logremos entender lo que nos ha sacudido. Pueden analizarse muchas partes de la economía mundial y el funcionamiento de los mercados, pero los inversores o la clase política nunca tendrán la “fuerza” para comprenderlos totalmente ni controlarlos y la invisible incertidumbre siempre formará parte integrante de su futuro.
La razón de ello es que los mercados financieros son un sistema complejo del tipo más complicado e inestable. Esto se debe, en parte, al hecho de estar estructurados como una red (masiva) sin flujos de información fijos, en la que todos los nodos pueden, en potencia, interactuar entre sí y compartir información mutuamente. Ello hace que el equilibrio o “resultado (outcome)” que surge en el organismo del mercado sea ya mucho más difícil de entender que los organismos más mecánicos de insumos-productos. Aun así, el comportamiento de algunas redes puede entenderse bastante bien con un poder de cálculo lo suficientemente sofisticado, especialmente si operan en un entorno controlado, como una red de ordenadores.
No obstante, tan pronto como las emociones e interrelaciones humanas llegan a ser parte del intercambio de información, se suma otra capa de complejidad, porque se introducen toda clase de bucles de retroinformación en virtud de los cuales la conducta real de otros o las expectativas acerca de otros o el resultado final del sistema influyen en la conducta de los humanos/inversores en ese mismo instante. Ello da lugar a la posibilidad de expectativas que contribuyen a su propio cumplimiento, conductas irracionales e incoherentes y causalidades inestables en la manera en que los nodos (sí, en este caso nos referimos a los inversores) del sistema se influyen entre sí. Como consecuencia de ello, nunca puede confiarse en que un determinado factor, perturbación o fuente externa de nueva información vaya a generar cierto resultado (“outcome”).
En un momento dado, cierto dato económico o cierta noticia política o sobre medidas políticas podría repercutir positivamente en la confianza de los inversores, mientras que en otro momento podría tener el efecto contrario. Algunos de estos tipos de relaciones podrían parecer, no obstante, más estables que otros, aunque en ninguno de ellos podrá nunca confiarse completamente. Una flexibilización de las políticas y unos brillantes datos económicos y sobre beneficios probablemente sean, a menudo, considerados positivos, pero si se interpretan como demasiado tímida (la flexibilización) o excesivamente buenos (los datos) en comparación con las expectativas que (por cualquier motivo) se han formado en los mercados, también podrían fácilmente traducirse en una desconfianza de los mercados.
Además, las emociones e interrelaciones humanas también pueden dar lugar a expectativas que estén totalmente desligadas de los datos fundamentales subyacentes, pero que, sin embargo, impulsen cambios colectivos de humor que traigan consigo volatilidad en los mercados. Esta última genera, a menudo, variaciones de los precios de los activos que, incluso a posteriori, resultan muy difíciles de comprender. El ejemplo más conocido de lo anterior es el crack bursátil mundial del 19 de octubre de 1987 (cuando el índice Dow Jones Industrial sufrió en un solo día ¡una caída del 29,2%!), para el que no pudo encontrarse una razón atendiendo a los datos fundamentales anterior ni posterior al desplome. Ni siquiera las explicaciones centradas en una combinación de factores, como las emociones humanas (pánico irracional), los problemas técnicos (teléfono, TI) y la inesperada falta de liquidez en las sociedades de valores, permiten entender mínimamente el momento y la magnitud de este suceso.
Así pues, ¡mala suerte! Operamos en un mundo complejo en el que cabe esperar lo inesperado, si bien el momento y la gravedad de los hechos nunca pueden saberse de antemano. No obstante, como inversor hay (al menos) dos cosas que pueden hacerse para lidiar con esta realidad. En primer lugar, puede prepararse para imprevistos y proponerse construir carteras tan robustas como sea posible.
Sencillamente, esto puede conseguirse marcándose el objetivo de diversificar riesgos en todas las clases de activos y creando un aceptable equilibrio entre activos “seguros” (que aportan rentabilidades positivas en escenarios de alta volatilidad) y activos de riesgo que generan rentabilidades en entornos de mercado más tranquilos. No subestimar el riesgo ni exagerar las ventajas de la diversificación son importantes principios a tener presente en el proceso asociado de construcción de carteras.
En segundo lugar, los inversores pueden reaccionar ante una perturbación. Dependiendo de la propia evaluación sobre la persistencia del escenario de volatilidad, de la probabilidad de que haya factores fundamentales subyacentes en ese entorno o de que se observen fuertes bucles de retroinformación desde los mercados hacia la economía subyacente, las carteras podrán ser adaptadas. A veces, el recrudecimiento de la agitación en los mercados no es más que el preludio de una tormenta más duradera (por ejemplo, la quiebra de Lehman en septiembre de 2008), aunque más a menudo cree una interesante oportunidad de inversión. Por ejemplo, prácticamente cada vez que el índice de volatilidad Vix ha subido por encima de 20 en los 2 últimos años, ha resultado ser una atractiva oportunidad de compra para los activos de riesgo.
Por lo que respecta a nuestra postura en materia de asignación de activos, en las últimas semanas nos hemos centrado en aplicar a ese respecto el necesario cambio de dirección. Tal como lo vemos, la corrección en los mercados fue notable, pero muy difícil de explicar apoyándose en los fundamentales subyacentes. Los temores acerca de la economía europea y la voluntad de la clase política europea para manejar los riesgos de deflación y proporcionar el tan necesario estímulo para crecer tuvieron su parte de culpa. Como también parecen haber influido en la propensión al riesgo de los inversores la preocupación sobre el crecimiento de la economía mundial en general, el temor al ébola y las persistentes dudas sobre la estabilidad de China.
No obstante, ninguno de estos problemas era realmente nuevo y los datos económicos apuntaban principalmente a una divergencia creciente entre las tendencias (aplacadas) en Europa y las tendencias (reforzadas) en EE.UU. A nuestro juicio, las perspectivas de crecimiento mundial subyacentes no han experimentado, sin embargo, un cambio sustancial en el último par de semanas. Por tanto, el rápido y pronunciado movimiento del mercado probablemente se ha visto impulsado, en gran medida, por factores técnicos como la recogida de beneficios en operaciones en masa, la mayor fragilidad del mercado debido a las deterioradas condiciones de liquidez y la sobrerreacción de desconfianza entre los operadores presentes en el mercado.
Este análisis nos ha impedido reducir nuestra posición general de riesgo en las últimas semanas, ya que nos centramos fundamentalmente en identificar la aparición de nuevas oportunidades. Puesto que las perspectivas de una menor inflación y una postura mundial (incluso) más expansiva en cuanto a la política monetaria son una de las consecuencias de la reciente dinámica macroeconómica y de mercado, consideramos que la mayoría de las oportunidades se han creado en la parte del mercado sensible a los tipos de interés. En consecuencia, hemos ajustado algunos de nuestros sesgos hacia activos de riesgo desplazándolos de las acciones al sector inmobiliario y a los productos de renta fija basados en diferenciales. Los valores de deuda pública también siguen viéndose favorecidos por el tema de la “búsqueda de rendimientos” y, lo que es importante, han vuelto recientemente a demostrar que, incluso en el actual nivel de rendimientos, este tipo de activos sigue siendo un destino popular de los flujos en busca de refugio durante períodos de aversión al riesgo. Por tanto, un enfoque equilibrado en el que tengamos en cartera valores de deuda pública al tiempo que mantengamos, sin embargo, un sesgo sobre todo hacia activos de riesgo generadores de rendimientos es, de ahora en adelante, nuestra opción preferida tras el reciente período de turbulencias en los mercados.
Artículo de opinión de Valentjin van Nieuwenhuijzen, director del Equipo de Estrategia Global y Asset Allocation de ING IM