Las bolsas europeas, y en particular la española, han vivido una de las semanas más tormentosas de los últimos tiempos.
En realidad, lo ocurrido no ha sido si no una intensificación del movimiento bajista iniciado desde los máximos anuales alcanzados hace exactamente un mes, el 19 de septiembre. Por aquel entonces, las bolsas fracasaron en superar dichos niveles, y empezó una recogida de beneficios que no tardó en convertirse en una caída mayor, cuando los inversores empezaron a reparar en el claro enfriamiento económico de la Eurozona (especialmente, de Alemania), mientras mostraban sus temores por la falta de expectativas de que se inserten medidas fiscales o monetarias para relanzar el crecimiento de manera efectiva (especialmente en lo que respecta al BCE). Esta idea se ha ido asentando en el mercado, y ha contagiado a otros activos y regiones, creando una fuerte sensación de pesimismo.
Esta semana ha reaparecido en escena un fantasma del pasado: Grecia. Los activos helenos se han desplomado en el mercado por el miedo que genera una salida prematura del país de los programas de rescate (en contra del criterio de la Unión Europa), y por un aumento de la inestabilidad política, ante la amenaza de elecciones anticipadas.
Otra de las claves que explica lo sucedido está en la pérdida de niveles técnicos que llevaban asociadas órdenes de venta adicionales (stop loss) en Wall Street, lo que ha incrementado el volumen de oferta sobre el de demanda, incrementando las ventas.
La constante caída en el precio del petróleo, el segundo caso de contagio de ébola en EE.UU., o la continuidad de las protestas en Hong Kong no han contribuido precisamente a combatir el sesgo negativo de unos mercados que han aumentado sensiblemente su aversión al riesgo.
Los activos periféricos, como los españoles, se han llevado el peor castigo, mientras que los activos refugio (como el oro, los bonos alemanes o divisas como el franco suizo o el yen), se han vuelto más atractivos.
El escenario actual, marcado por el nerviosismo, es muy complicado e imprevisible, y se resolverá con un aumento de los descensos, o con el surgimiento de un rebote muy importante. La respuesta final la tendrán en gran medida los bancos centrales con sus declaraciones. Si aumentan las expectativas de que la Fed retrase el final de su política monetaria expansiva, y que el BCE inyecte más liquidez en la Eurozona de manera decidida, las bolsas podrían retomar su tendencia alcista estructural y cerrar el año muy por encima de los niveles actuales.
Daniel Pingarrón, estratega de mercados en IG