Una de las mejores lecturas que he tenido recientemente es sobre el retorno potencial de los activos. No sobre cuál será su tasa de retorno, pues ése es un número que es incierto en el corto plazo, aunque la mayoría de activos brindan una tasa positiva en el mediano y largo plazo; sino en la forma en que los activos producen sus retornos. Esto a primera vista no se entiende, pero es altamente poderoso: tradicionalmente, los retornos eran simétricos, es decir, seguían una figura estadística en forma de campana, que permitía a los que diseñamos portafolios de inversión contar con cierta estabilidad al hacer los cálculos. En términos sencillos, la campana mostraba que así como era posible que una acción tuviera un retorno del 4%, también podía tener una desvalorización del 4%, con una media (que es donde caían la mayoría de retornos) alrededor del 0%.
Pero desde que empezó la sofisticación financiera, las cosas se complicaron. Muchos activos tienen retornos asimétricos, lo que quiere decir que su probabilidad de ganar o perder no es la misma y los pagos (resultados) son radicalmente diferentes en cada escenario. Piense en la lotería: su probabilidad de ganar es muy baja, pero su retorno es muy grande. Y al contrario: su probabilidad de no ganar es muy alta, aunque su costo es relativamente pequeño.
El problema de los activos de retorno asimétrico es que la probabilidad de ganar es alta pero su retorno es relativamente bajo, pero la de perder es baja con un costo asociado muy alto (en el neto, se llega a que el retorno ajustado por riesgo es muy bajo). Lo más llamativo es que es en momentos en que se necesita mayor estabilidad cuando este tipo de activos se comportan peor, es decir, durante las crisis financieras. Por eso, muchos inversionistas se ven altamente golpeados cuando las cosas van mal, porque aunque son activos que generalmente tienen una correlación baja con bonos o acciones por sus características particulares, la teoría de diversificación no funciona en momentos de estrés.
Así, este tipo de activos parecen algo muy seguro y atractivo, pero esas dos características se ven únicamente cuando los mercados van bien. Cuando van mal, la probabilidad de un alto retorno negativo, que es muy baja, entra en acción, y al ejecutarse las pérdidas son sustanciales para los inversionistas que tienen estos activos. Algunos incluso, pueden llegar a perder todo el capital invertido. Eso, como dije anteriormente, representa un reto muy grande para los que diseñan portafolios de inversión, pues en situaciones normales, los activos benefician el portafolio (dan un retorno relativamente estable con una probabilidad de éxito muy alta y una correlación baja); pero cuando se le hace una prueba de estrés al portafolio, los resultados cambian radicalmente. Muchos de estos activos son ilíquidos y eso complica aún más la ecuación, pues no permite deshacerse de ellos llegado el momento malo.
Infortunadamente, muchos inversionistas se dejan llevar por el folleto de los resultados históricos de estos activos (que siempre muestran la parte bonita), pero no se ponen a pensar en los riesgos potenciales si llega el momento malo. Y si los piensan, muchas veces encontrarán las justificaciones mentales para decirle a su asesor financiero el porqué ese momento malo nunca llegará.
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Columna de Manuel García Ospina
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