Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el 50% de las mujeres latinoamericanas son ‘económicamente activas’. Pero también es cierto que son activas en el ámbito de la microempresa o de la economía sumergida. A medida que las empresas latinoamericanas crecen, la presencia de mujeres en cargos de responsabilidad en ellas cae.
Esta situación es sorprendente en un continente en el que la mujer, desde los puntos de vista político y legal, goza de igualdad de derechos. Hay mujeres presidentes en Brasil, Argentina, Chile y Costa Rica. América Latina puede también dar lecciones a Europa y a Estados Unidos acerca de cuándo empezaron sus mujeres a jugar papeles destacados. Isabel Martínez de Perón accedió a la jefatura del Estado de Argentina en 1974, con lo que se convirtió en la primera mujer que ejercía ese cargo en un país moderno (los precedentes, en la Mongolia de los años cincuenta y en la China de Mao, no son equiparables). En 1979, Lidia Gueller Tejada fue presidenta en funciones de Bolivia durante más de seis meses.
El problema de las mujeres emprendedoras de Latinoamérica es más de carácter cultural que legal. Las estadísticas muestran que las mujeres de la región tienen un enorme espíritu emprendedor, y que lanzan negocios porque ven oportunidades de negocio, no por necesidad económica. Pero su nivel económico y educativo suele ser muy inferior al de los hombres. También, en ciertos niveles socioeconómicos, la mujer juega un papel social secundario y, por tanto, no está familiarizada con negociaciones con los bancos o las autoridades regulatorias.
Por esa razón es clave que prosperen iniciativas como 10.000 Women, del banco de inversión Goldman Sachs, que quiere lograr que 10.000 mujeres de países en vías de desarrollo lancen sus propias empresas, o la Red MET (Mujer Empresa y Tecnología), que ha lanzado un plan de ‘mentoring’ para emprendedoras de España, Colombia, Perú, Argentina, EEUU y próximamente Brasil.
Aumentar la participación de las mujeres en el mundo empresarial latinoamericano no es una cuestión de caridad o de justicia social. Es un problema práctico. Esta semana, el economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Olivier Blanchard, ha recordado que hay evidencia empírica de que las desigualdades económicas son un factor que daña el crecimiento de los países. América Latina ya tiene problemas de desigualdad lo suficientemente severos como para, encima, poner al 50% de la población -las mujeres- en desventaja a la hora de lanzar empresas.