América Latina podría estar partiéndose de Norte a Sur. A un lado, podrían estar quedando las economías atlánticas. Entre ellas destaca Venezuela, que está, desgraciadamente, en proceso de desintegración y cuya única ventaja competitiva es tener las mayores reservas de petróleo del mundo. Pero también parece haberse situado en ese terreno Brasil, que parece decidido, una vez más, a confirmar que es el país del futuro, pero nunca el del presente.
Y, por supuesto, Argentina, que se ha autoasignado un cierto ‘excepcionalismo histórico’ que pasa por, entre otras cosas, fiar el futuro a la exportación de materias primas energéticas y agrícolas y desconectarse de los flujos financieros mundiales. Argentina no forma parte ni siquiera del Índice MSCI de los mercados emergentes. Eso implica que ese país es, para el capital mundial, un ‘mercado frontera’, a la altura de, entre otros, Kenia, Ucrania y Vietnam.
Al otro lado de la cordillera de los Andes, las cosas son diferentes. Chile lleva un cuarto de siglo de reformas económicas, y está de camino a ser el primer país de Latinoamérica que consiga la consideración de ‘mercado desarrollado’. Perú ha reforzado su regulación financiera, y Colombia está viviendo un ‘boom’ económico. Finalmente, México parece decidido, tras dos décadas de estancamiento, a romper algunas de las rigideces estructurales que frenan su crecimiento, sobre todo en telecomunicaciones y energía.
Esa ‘fractura’ ha dado pie a que el think tank Fundación Bertelsmann haya publicado un informe bajo el provocador título de Los Pumas del Pacífico. Es una idea que evoca los ‘tigres’ asiáticos -Tailandia, Malasia, Taiwán, Indonesia y Corea del Sur- que han saltado al grupo de las economías desarrolladas en las últimas dos décadas.
Algunas de las bases del crecimiento de los ‘pumas’ (Chile, Perú, Colombia y México) recuerdan a las de los ‘tigres’, sobre todo en lo que se refiere a la independencia y solidez de los bancos centrales. La inflación media de estos países, por ejemplo, es desde hace una década comparable a la del mundo desarrollado, y entre la quinta y la séptima parte de la de sus vecinos de Mercosur (con la distancia, además, aumentando en los últimos años).
Chile ha eliminado prácticamente su deuda pública. Y Perú ha convertido su déficit estructural en superávit (la balanza fiscal ‘estructural’ excluye los efectos adversos del ciclo económico, como por ejemplo un aumento del gasto si aumentara el paro debido a una crisis que, a su vez, provocaría un desplome de los ingresos fiscales por la menor actividad económica. No es un indicador perfecto porque, a fin de cuentas, lo importante es si hay déficit o superávit y si el mercado cree que el país va a ser capaz de pagar su deuda, pero al menos sirve para saber si un Gobierno se toma en serio las cuentas públicas).
Esto no implica que estos países vayan a ser una nueva Corea del Sur. Con la excepción de Chile, los progresos son todavía muy recientes, y no está claro que vayan a consolidarse. El caso más extremo es México, donde los problemas son abrumadores. Un ejemplo: los ingresos fiscales mexicanos suponen un ridículo 9,8% del PIB, cuando la media de los países de la OCDE -la organización de las economías presuntamente desarrolladas, de la que forman parte, precisamente, Chile y el propio México- es del 33%. Eso implica que el Estado mexicano no pude funcionar porque no tiene recursos.
Aun con esos matices, y con todas las incertidumbres sobre el futuro que se quiera, la fractura parece un hecho. A un lado los ‘pumas’; al otro los… ¿jaguares? Por el momento, la comparación entre unos y otros es abrumadoramente favorable a los primeros.