Tras no poca expectación durante meses, por fin llegó el estreno del Lobo de Wall Street “The Wolf”. Film ansiado y esperado por el público en general y los empleados del sector en particular. Esta tipología de películas, suelen arrastrar unas audiencias pocas veces vistas en otros géneros, quizá por el morbo del dinero, por el sueño de unos pocos por convertirse en Jordan Belfort o por la atracción que tiene el sector financiero, la bolsa, los brókers y Wall Street.
El film como tal refleja una realidad quizá distorsionada que no hace más que desvirtuar el noble sector del asesoramiento financiero y la gestión patrimonial. Dicha realidad puede darse en ciertos ámbitos, entidades o núcleos, pero por norma general, en los grandes bancos de inversión no se trabaja con las empresas de centavo publicadas en las hojas rosas, ni mucho menos el jefe se pasea por la oficina con un mono vestido con un traje de primera firma. Como dice Greg Smith en su famoso libro, “Los gurús arrogantes de las finanzas no superan a menudo los procesos de selección de los grandes bancos”. Por eso que el sexo, drogas y rock & roll podemos dejarlo de lado en la mayoría de entidades financieras. O cuando menos, en las que yo conozco.
Bajo mi punto de vista, la película aporta una visión de la sociedad de la avaricia y la obsesión de la banca por el dinero, pero como en botica señores, hay de todo. Al final, en las grandes plazas financieras y comerciales del mundo, la competencia es el pan de cada día, tanto para el vendedor de flores como para el bróker más audaz del parqué. La competencia y la ambición por ser cada vez mejores forman parte del juego de la vida.
El principal problema del lobo es la imagen que el espectador outsider se lleva a casa, imaginándose dejando su trabajo para montar en el garaje de casa una firma de brokerage e inversión con su vecino vendedor de muebles y cuatro amigos del barrio. Para al cabo de pocos años, coleccionar ferraris y comprar una mansión en Palm Beach. La inversión financiera quizá no sea esto. No se trata de engañar a los clientes con penny stocks, ni siquiera como dice el bueno de Hanna de “sacar dinero del bolsillo de los clientes y pasarlo al tuyo”.
Lo realmente positivo que saco del lobo es su capacidad de reinventarse cuando vive en su propia piel cómo las fauces del mercado logran arrebatarle el sueño de trabajar en Wall Street. Su tesón, ambición, talento y la persecución del sueño americano le hacen resurgir en una “boutique” de tercera muy lejos del Bloomberg y el parqué. Su capacidad de atracción y confianza en sí mismo le hacen salir adelante y crear su propia firma de inversión. Si algo está claro es que Jordan estaba hecho de otra pasta muy diferente a los amateurs de aquel antro que empleaban su día ojeando las páginas amarillas y rellenando boletas.
No contento con eso, consigue con su innato talento motivacional confeccionar un equipo de jobless y convertirlos en brókers de primer nivel, logrando captar miles de millones, crecer a dos dígitos y doblar la plantilla de Staton Oakmont. Quizá no tenga el mejor equipo, pero están motivados. La burbuja de la euforia del dinero les lleva a cerrar operaciones millonarias sin conocer en absoluto el sector, en unos años en los que la regulación financiera era mucho menor a la actual.
A pesar de todo me llama la atención su especial capacidad para motivar a toda una empresa, siendo capaces de embaucar al mismísimo Gordon Gekko y llevar a límites insospechados su carrera profesional. Tengamos cuidado con los Jordan Belfort’s, Donnie Azzof’s y Gordon Gekko’s porque en ocasiones la realidad supera a la ficción.
Aléjense de los vendedores de bolígrafos y, como gritaba Jordan a la plantilla de Staton, “Que siga el espectáculo”.
Columna de opinión de Borja Rubí, gestor de patrimonios y €FA, European Financial Advisor.