Uno de los principales problemas de América Latina en Washington -y también en Bruselas- es que no se sabe muy bien qué es. No es que los latinoamericanos no tengan clara su identidad, sino que los europeos y los estadounidenses todavía no se han hecho cargo de lo que ha cambiado la región.
Esta semana, conversando con Luis Carrillo, manager del fondo Latin America Fund, de JP Morgan, que tiene invertidos en bolsas de la región 141 millones de dólares, me daba cuenta de que América Latina es algo tan simple como esto: un «mercado emergente».
De hecho, en 1998 había solo un país con rango de inversión en la región: Colombia. Hoy hay cuatro más: México, Brasil, Perú y Chile. Y este último, que celebra elecciones este fin de semana, va camino de convertirse pronto en un país desarrollado.
Puede sonar ridículo. Pero lo cierto es que cuando se dicen las palabras ‘mercado emergente’, el primer país que viene a la cabeza es China. Y después India. Luego, otros grandes mercados de Asia, como Indonesia, Tailandia o Malasia. Y, con ellos, Brasil. Ahí se acaba.
La realidad, sin embargo, es que Latinoamérica es un mercado tan emergente y tan normal como cualquier otro. Es verdad que hay países que no tienen rango de inversión, y que no lo van a tener durante bastante tiempo. Los ejemplos más obvios de ello son Venezuela y Cuba.
Pero es también verdad que en Asia tenemos a Myammar, la antigua Birmania, que hasta hace un par de años estuvo aislada del resto del mundo. Por no hablar de Corea del Norte. O de Bután, cuyo índice de la felicidad, como sustituto de los habituales sistemas de medición de la economía, es fundamentalmente un intento de distraer la atención con respecto a una gestión económica ineficiente y un tratamiento de los derechos de una minoría -los refugiados nepalíes- contrario a las normas de la más mínima decencia.
La cuestión, sin embargo, es que los estadounidenses y los europeos seguimos mirando a América Latina poco menos que como una región de ‘booms and busts’, o sea, de crecimientos desaforados seguidos de suspensiones de pagos, nacionalizaciones, crisis políticas e hiperinflación. Eso, sin embargo, pertenece al pasado.
A pesar de los grandes esfuerzos de algunos gobiernos, como el de Argentina, de dar marcha atrás al reloj, la estabilidad macroeconómica y la seguridad jurídica en Latinoamérica no han hecho sino progresar de forma gradual y constante desde hace dos décadas. Es cierto que el riesgo político es superior al de Suiza, pero un mercado emergente es, por definición, una economía con riesgo político. Es cierto que los países de la región siguen estando muy por detrás de los desarrollados en esas áreas. Y que están pagando un precio por ello.
Brasil ha visto el desarrollo de su industria petrolera frenada por las exigencias impuestas a las empresas extranjeras de uso de material producido en el país, cuando no por la xenofobia contra inversores foráneos, como le sucedió a la petrolera Chevron, y al favoritismo a grupos nacionales bien conectados políticamente (el caso de Eike Batista es el más notorio).
Y en cuanto al petróleo mexicano, ése es un mundo aparte, que ni siquiera parece que vaya a ser puesto en orden por la reforma lanzada por Peña-Nieto.
Sin embargo, en América Latina no se mete a directivos extranjeros en la cárcel por motivos que nadie comprende. Eso pasa en China, el gran paradigma de mercado emergente. Y, si queremos sectores politizados, ineficientes, en manos de élites políticas, económicas y sindicales, vayamos a ver, por ejemplo, los bancos de esa economía, que en menos de una década se va a convertir en la mayor del mundo por tamaño.
Carrillo me explicaba que mirar a América Latina como un verdadero mercado emergente implica muchos cambios de mentalidad. Por ejemplo, asumir que esos países no son necesariamente exportadores de materias primas para los inversores (con Venezuela y Argentina, de nuevo, como excepciones a la regla), sino que también están empezando a tener una clase media que necesita bienes de consumo.
A eso añadiría yo que para los políticos y los empresarios, la idea de negociar con un mercado emergente implica también tratar con un país que está empezando a ocupar un lugar importante en el mundo y que, por tanto, es muy sensible a posibles ‘menosprecios’.
Los emergentes son muy delicados políticamente. La arrogancia con la que muchos en EEUU, o en España, han enfocado los problemas de Latinoamérica debe quedar para el pasado.