Suena duro hablar de que los emergentes pueden ser altamente vulnerables. Especialmente, porque durante los últimos años han tenido una bonanza tan grande, que ha llevado a pensar que estamos en un mundo en el cual los emergentes son una especie diferente a la que había años atrás. Aparecieron términos como BRIC, CIVETS, etc; todos los cuales permitieron que el “mundo desarrollado” los mirara con otros ojos. Pero hoy, ante la perspectiva de una reducción de los estímulos monetarios, se han desnudado algunas flaquezas.
En los últimos 10 años, la deuda gubernamental en moneda local de los emergentes en conjunto, pasó de cerca de 1.5 trillones de dólares, a cerca de 6 trillones de dólares, lo que representa un crecimiento promedio del 30% anual; lo cual, comparado con un crecimiento de la economía del 5% promedio anual en el mismo período, muestra un desequilibrio marcado entre la forma como los emergentes se endeudaron, y el impacto positivo que pudo haber generado dicho endeudamiento.
Podríamos pensar que este aumento de deuda pública local, fue de la mano con una disminución efectiva de otro tipo de endeudamiento, lo cual, infortunadamente, no se dio. Tanto el endeudamiento público como el privado, tuvieron un auge en los últimos 10 años, impulsado por las bajas tasas de interés nivel global, y un exceso de liquidez. Prueba de esto es que entre el período 2008-2013, los emergentes han recibido cerca de USD 300 billones, y las emisiones de deuda, ha sido de USD 292 billones.
Lo anterior suena como a encontrar petróleo en Arabia. Es decir, donde quiera que se buscara financiación, se encontraba. Sin embargo, los últimos años quizá nos muestran una estampa desdibujada de lo que ocurrió en verdaderas crisis emergentes. Digámoslo sin tapujos: luego de la crisis asiática, los emergentes no han tenido una crisis profunda. Distorsiones fuertes, si; como la época 2001 a 2003, que incluyó el default de Argentina; pero crisis agudas, no. Por eso, es que se vuelve tan importante que los analistas del sector financiero, empiecen a buscar en una ciencia que a muy pocos gusta: la historia económica.
Esa historia nos dirá que Tailandia, antes del 2 de julio de 1997 (oficialmente el día que comienza la crisis asiática), tenía un panorama muy parecido al siguiente: altos flujos de liquidez de Japón y Europa, que financiaban cualquier cosa, incluyendo entidades de financiamiento local; una especulación con el sector inmobiliario en su conjunto; una bolsa que había sido altamente dinámica en años anteriores; una moneda altamente sobrevaluada; y un ‘discurso’ de sus autoridades, de que los flujos de capital que entraban eran de inversión directa, lo cual disminuía su vulnerabilidad, porque no eran flujos de portafolio.
Al mismo tiempo, Tailandia empezaba a incrementar sus importaciones, y la industria, especialmente la tecnológica, que era el bastión de la prosperidad económica, de un momento a otro, por factores externos, vio cómo el precio de lo que vendía caía. Eso llevó, de forma clara, a que los dólares que entraban a Tailandia, terminaron pagando las importaciones, y ampliando el déficit de cuenta corriente.
¿Sonaría algo parecido si decimos, que en vez de una caída del precio de los tecnológicos, cae el precio de los bienes básicos? En realidad, aunque a los analistas de los mercados les gusta mucho más hablar de VIX, CDS y múltiplos de Ebitda; podrían sentarse a mirar el nivel de variables como el déficit de cuenta corriente, que es aburridísimo. Y establecer, si los indicadores que tenía Tailandia en muchas variables, como nivel de ahorro, entre otras cosas; son parecidos a los de algunos países emergentes en la actualidad. Se pueden sorprender de lo que encontrarán. Y esto lo saben muy bien, los fondos de cobertura, que también lo supieron en 1997; pero con una gran diferencia: el apalancamiento que se puede conseguir hoy, puede ser mucho más grande que el de 15 años atrás.