La historia de amor de los inversores con el oro no pasa por su mejor momento. Como siempre, el deterioro de su rentabilidad ha acelerado este cambio de humor. El oro ha caído alrededor de un 24 % desde octubre del pasado año. Este decepcionante resultado nos ha parecido aún peor en vista de la subida registrada por el resto de activos desde que el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, garantizara la larga vida del euro.
Tras casi 10 años de precios al alza, quizás los inversores se habían confiado. El hecho de que muchos se hubieran «convertido» recientemente al oro implica que el metal amarillo contaba con una base amplia y volátil de inversores que vendería en cuanto el precio empezara a caer. Un desafortunado conjunto de circunstancias (varios informes pesimistas casi simultáneos publicados por bancos de inversión junto con rumores de una aparatosa venta en el mercado de derivados) propició esta caída de precios y desencadenó la desbandada. Al traste con la idea de que el oro era un activo refugio.
De cara al futuro, es probable que el comportamiento a corto plazo del oro venga determinado por la predisposición y el posicionamiento de los inversores. Tras la fuga a la que hemos asistido recientemente, ambos factores favorecen una estabilización del precio de este metal: el marcado pesimismo reinante entre los inversores se suma a las numerosas posiciones bajistas de los especuladores. Dicho esto, los analistas técnicos apuntan a los 1.500 dólares/onza como el nivel que el oro deberá alcanzar antes de que, a su parecer, disminuya el riesgo de caída. El análisis técnico tiene sus limitaciones pero podría influir algo más de lo habitual en un mercado como el del oro, un activo conocido por su difícil valoración.
Gráfico 1: Posiciones cortas de los especuladores, pesimismo entre los inversores
N.º de contratos
Fuente: Henderson, Bloomberg, Thomson Reuters Datastream; Mercado de oro físico de Londres, en dólares; Comisión de Negociación de Futuros sobre materias primas de los Estados Unidos (CFTC, por sus siglas en inglés), contratos no comerciales a corto; Datos semanales del 31 de diciembre de 2006 al 18 de junio de 2013.
Muchos inversores, entre los que nos incluimos, han visto al oro como un activo con un interesante efecto de cobertura en un contexto plagado de incertidumbres. La oleada de «impresión de moneda» sin precedentes que los bancos centrales han orquestado tras el comienzo de la crisis financiera internacional podría tener resultados sorprendentes a largo plazo, incluso aunque los bancos nos hagan creer otra cosa.
En un mundo en el que un grupo considerable de inversores aún teme una posible deflación y piensa que ésta generará otra tanda de impresión de moneda sin límites, el oro se nos antoja como una atractiva reserva de valor. Asimismo, otro grupo de inversores se decanta por el metal amarillo por motivos muy diferentes. Temen que la inflación sea la consecuencia inevitable de las políticas actuales aplicadas por los bancos centrales y ven en los activos fuertes (aquellos con un valor intrínseco) —incluido el oro—uno de los pocos refugios disponibles para los tiempos difíciles que, en su opinión, están a la vuelta de la esquina.
Los últimos 12 meses no han dado la razón a ninguno de los dos grupos. Parece haber consenso en que las acciones de los bancos centrales propiciarán el mejor de los resultados posibles: la aceleración de un crecimiento no inflacionista que facilitará una retirada «elegante» de las políticas monetarias no convencionales y que, finalmente, generará una subida de los tipos de interés. En esta coyuntura, lo que no queremos mantener es un activo sin exposición al crecimiento, que no genere rentabilidad.
En los últimos tiempos, le hemos querido dar una oportunidad a esta visión. Nuestro posicionamiento ha priorizado los activos con riesgo como la renta variable y hemos relegado a un segundo plano las coberturas de las carteras, el oro incluido. Pero la situación se está tornando más complicada para esta estrategia. Existen cada vez más indicios de una recuperación sostenida del sector privado en EE. UU. que (especialmente si se produce cuando los efectos del «secuestro» comiencen a desaparecer) acelerará con toda seguridad un cambio en el plano de los tipos de interés. Éste podría ser el peor desenlace para la renta fija, que aún no ha sufrido un revés significativo. Si los precios de los bienes y servicios se mantienen estables a medida que el crecimiento repunte, el oro seguirá sin ser el activo preferido, pero cualquier indicio de que la aceleración del crecimiento está avivando la inflación renovará el interés por los activos fuertes y por el activo dorado.
Por otra parte, si las previsiones de crecimiento global continúan cayendo a un ritmo constante —tal y como vienen haciendo desde hace dos años—, y la inflación desciende aún más de lo que lo ha hecho, los deflacionistas volverán a hacer acto de presencia, animados por los datos. La reacción de los bancos centrales de todo el mundo a estos acontecimientos está clara: imprimir más moneda. Y, en tales circunstancias, el oro volverá a cobrar protagonismo.
Por ahora, seguimos gozando de un panorama “Ricitos de Oro” (esto es, con un crecimiento ni demasiado caliente ni demasiado frío). Si los responsables políticos resultaran ser verdaderamente brillantes o si la naturaleza orgánica y biológica del capitalismo se mostrase capaz de afrontar la labor de generar un ciclo renovado de crecimiento sostenible y no inflacionista, las carteras de los inversores tendrán poca necesidad de recurrir al oro. A día de hoy, el mercado parece ver la botella medio llena. En lo que a nosotros respecta, no estamos tan seguros, así que mantenemos el oro como parte de nuestra estrategia. Como la mayoría, esperamos que llegue el día en que dejemos de pensar que lo necesitamos. Pero ese día aún está por venir.
Por Bill McQuaker, Director de Multiactivos de Henderson