“Después de una de las décadas más tumultuosas tanto de la memoria viva como histórica, vemos en general que la estabilidad global y la recuperación económica comienzan por fin a cobrar fuerza”, indica Ludovic Subran, economista jefe de Euler Hermes, accionista de Solunion, firma experta en seguros de crédito, que ha presentado un análisis sobre los cambios que el mundo ha registrado una década después del comienzo de la crisis financiera global.
“Se han aprendido muchas lecciones desde agosto de 2007 e incluso durante los momentos más oscuros de la crisis, hay muchas cosas que los líderes mundiales hicieron bien. Al mismo tiempo, 10 años después del comienzo de la crisis, todavía hay mucho por hacer para asegurar que la economía mundial continúa su trayectoria ascendente y para asegurar que estamos totalmente preparados para capear futuros golpes”, añade.
Tres cosas que el mundo ha hecho bien
En su opinión, la primera es que los líderes mundiales consiguieron reunirse y actuar con unidad: el G20 sentó un precedente para la coordinación de emergencia de respuestas monetarias y fiscales a la crisis, y esta unidad y propuesta común fue un pilar fundamental. «Comenzando con el London Summit en 2009, los Estados Unidos fijaron las pautas con un estímulo de 1,1 trillones de dólares para ayudar a evitar la amenaza de depresión global. Los líderes mundiales hicieron todo lo posible para dar una respuesta global a una crisis global, para mantenerse informados de la evolución y, muy importante, hablar con una sola voz. Esto también sentó los cimientos para fortalecer la cooperación para ayudar a prevenir futuras crisis. Al mismo tiempo, guardianes internacionales como el FMI se revivieron y reorientaron para proporcionar una valiosa red de seguridad financiera donde los miembros incrementaron su capacidad de préstamos de emergencia mientras reformaban sus estructuras de gobierno», comenta.
En segundo lugar, recuerda el experto, se reforzó la regulación financiera global: «Durante este periodo, se adoptaron importantes cambios macroprudenciales y de supervisión. Primero, se establecieron requerimientos de capital para asegurar que se mantenía un ratio mínimo de capital de nivel 1 ordinario (CET1) de 4,5% en todo momento por los bancos. En segundo lugar, se introdujo un creciente ratio de apalancamiento de más de 3%. En tercer lugar, aumentaron los requerimientos de liquidez. Basilea III y Solvencia II, así como el Mecanismo Único de Resolución de la UE, fueron heredados de este nuevo paradigma regulatorio. Como resultado, la actividad bancaria es ahora mucho menos arriesgada y más segura para los consumidores. En Estados Unidos, la Regla Volcker contra las inversiones especulativas y la Ley Dodd-Frank de Reforma de Wall Street y Protección del Consumidor aseguraban el contexto para que el sector financiero jugara su decisivo rol de facilitador durante la recuperación», indica.
En tercer lugar, el mundo aprendió a ampliar su manera de pensar: «Los test de estrés fueron generalizados y estandarizados durante este periodo y la comunicación del sector financiero, más rigurosamente escrutada para proporcionar la esencial transparencia. Los riesgos endógenos y contagiosos también fueron observados en detalle. Esto se ejemplificó en las reformas “demasiado grande para quebrar”, que identificaban instituciones financieras sistemáticamente importantes (SIFIs) y les imponían requisitos de adecuación de capital más altos, supervisión más intensa y mejores herramientas para resolución, incluido el establecimiento del Consejo de Estabilidad Financiera en Basilea».
Tres cosas que el mundo aún necesita conseguir
En este apartado, en primer lugar, destaca que el mundo necesita revivir el multilateralismo preventivo: «Parece que los líderes mundiales solo se reúnen y hacen progresos reales en tiempos de crisis. El G20 habría perdido, presumiblemente, algo de su lustre en los últimos años, mientras que los riesgos se han incrementado. Desde el gran problema de desendeudamiento a la política monetaria experimental, al riesgo político y el proteccionismo, incluido el proteccionismo financiero, el mundo debe dirigir los inminentes desafíos de forma proactiva para evitar mayores divergencias. Los organismos multilaterales deben avanzar la coordinación política, evitar reformas a medio hacer como la generalización de mecanismos de resolución que protegen a los contribuyentes, una tan llamada “bail-in” (deuda que asume pérdidas), y continuar promoviendo el uso responsable de las finanzas (y el acceso a ellas), mientras se mantienen preparados para la próxima crisis».
Además, dice, debemos mejorar la regulación, juntos: «La recuperación en el sistema bancario ha sido desigual. Algunos bancos se mantienen subcapitalizados mientras los préstamos morosos plagan los balances en el sur de Europa, por ejemplo. Además, la distribución de activos ha incrementado el vínculo entre bancos y gobiernos. En Estados Unidos, la regulación financiera puede ser revisada en un tiempo de liquidez sin precedentes, creando nuevos riesgos financieros. De hecho, un empujón de regulación asimétrico podría crear competencia innecesaria, especulación excesiva y comportamientos de tipo riesgo moral. Los puntos débiles regulatorios son muchos –por ejemplo, banca paralela, especialmente en mercados emergentes y pasivos sin financiación en los fondos de pensiones estatales- mientras que la regulación excesiva también ha impulsado el exceso de ahorros y obstaculizado el crecimiento de la inversión».
Por último, defiende que los comportamientos deben cambiar: «El estrés financiero es evidente en todas partes, desde los niveles de deuda de las familias a los mercados de bonos soberanos, a la ebullición de las clases de activos. Como resultado, la complejidad y la sobre ingeniería pueden dar una falsa sensación de seguridad. Siempre habrá incógnitas. Simplicidad, pensamiento crítico y, en parte, autorregulación, podrían complementar un, a menudo retrasado, cambio en la naturaleza reguladora», añade. Este último punto es crítico para el futuro éxito, según Ludovic Subran, que añade: “Demasiadas reglas enmascaran a menudo una falta de confianza y propósito; ambas son fundamentales ya que las finanzas son un buen sirviente pero un mal señor”.