Los primeros días de mercado de 2016 fueron muy volátiles para los inversores, en gran parte por el sistema de cortocircuito en el mercado Chino. De acuerdo con Simon Cox, estratega de inversión APAC en BNY Mellon Investment Management, durante la primera semana del nuevo año, los mercados de China reflejaron sus peores tres meses de 2015. «Ahora, al igual que entonces, una torpe intervención bursátil ha interactuado mal con una política monetaria embrionaria y mal entendida. Los inversores globales han reaccionado a los eventos de la semana, tal y como lo habían hecho en agosto de 2015, cuando Beijing devaluó el yuan de forma inesperada. En ambas ocasiones, en el extranjero se interpretaron los movimientos de la divisa como una señal de que el gobierno chino sabía algo sobre el verdadero estado de la economía que el resto de nosotros no conocíamos. Creo que esa fue una mala interpretación de la devaluación de agosto y creo que es una interpretación exagerada de la reciente depreciación. La economía china está débil, pero no más de lo que sabemos. Al igual que los mercados globales tuvieron programas de alivio en octubre de 2015, China podría recuperar la compostura tras la caída de esta semana».
En opinión de Cox, para entender el drama de esa semana en el mercado es útil ver la secuencia de eventos en orden cronológico inverso. Explica que la abrupta caída de la renta variable el jueves 7 de enero fue causada por la inesperada gran depreciación del tipo de paridad central del yuan esa mañana. «Pero la interacción entre los mercados bursátiles y monetarios va más allá. Beijing probablemente debilitó la paridad el día 7 como respuesta a la presión de venta en los mercados monetarios a principios de esa semana. Esa presión bajista sobre el yuan era a su vez una respuesta parcial al revuelo del mercado bursátil del lunes 4 de enero, cuando las acciones cayeron al límite diario del 7%. Entonces, ¿por qué vendieron los inversores el lunes? Podían estar anticipando la inminente flexibilización de las restricciones a la venta impuestas a grandes accionistas durante la debacle bursátil del pasado verano. En ese caso se trata de una larga cadena de eventos que llega hasta el pasado mes de julio».
Cox opina que las diversas intervenciones de Beijing en el mercado bursátil (incluyendo lo que puede haber sido un esfuerzo renovado para comprar acciones el 5 de enero por parte de sus representantes, conocidos como el «equipo nacional») parecen «torpes y contraproducentes». Sin embargo, cree que su política monetaria es más justificable. «Para defenderla, uno solo necesita examinar las alternativas. Evitar cualquier depreciación del yuan frente a un dólar fuerte (bien subiendo los tipos de interés o vendiendo más reservas) podría endurecer las condiciones monetarias y deshacer los necesarios esfuerzos de Beijing para reavivar la demanda. Inversamente, permitir una caída abrupta y continua del yuan probablemente dañaría la confianza más de lo que ayudaría a los exportadores. Por ello, un punto medio chino turbio (con un poco de depreciación, algo de intervención monetaria y un poco de ajuste de control de capital) es un mix de políticas defendible.
En cualquier caso, Cox cree que falta algo en lo que él denomina «marco de política ad hoc»: no ofrece ningún anclaje a medio plazo para las expectativas monetarias similares al sistema «canasta, banda y paso lento» de Singapur. Estima que «esa laguna podría hacer que los inversores piensen que Beijing busca secretamente una gran devaluación. Además, desde que las estadísticas oficiales de China despiertan poca fe en todo el mundo, los inversores globales pueden llegar a pensar lo peor de la economía china. Ambas hipótesis (que Beijing quiere una gran devaluación y que la economía china necesita una urgentemente) generan mayores salidas de capital, lo cual fuerza que Beijing intervenga más duramente para mantener la depreciación dentro de límites respetables. Gestionar las expectativas es una gran parte de la gestión macroeconómica. Pero es una parte que, extrañamente, Beijing ha dejado desatendida».
Respecto a las perspectivas de inversión, Paul Markham, gestor de “global equity” en Newton, parte de BNY Mellon, estima que es demasiado pronto para saber si la volatilidad en los mercados globales causada por la suspensión del mercado chino (dos veces) es una señal de que el 2016 será un año problemático. Dicho esto, cree que podría ser un año difícil para los mercados. «Existe la preocupación general sobre la desaceleración de la economía global, y China lidera y reacciona a esto al mismo tiempo».
Respecto a la renta fija, Sarah Percy-Dove, directora de estrategia de crédito en renta fija asiática deStandish, parte de BNY Mellon, comenta que «en China seguimos siendo bastante constructivos aunque, basándonos en las valoraciones, actualmente esperamos un rendimiento económico para 2016 inferior al consenso».
«Los vaivenes del mercado bursátil no tienen un impacto real y directo en el mercado asiático de bonos denominados en dólares estadounidenses. Son una parte muy pequeña de la economía china que actualmente tiene un fuerte impacto por parte de los decretos gubernamentales. El efecto dominó a la economía general no es directo ni de gran importancia. Pero los medios de comunicación extranjeros hablan mucho de ello y da a los mercados globales una buena razón para actuar cuando lo creen conveniente».
Según miembros del equipo de renta variable en Asia y en los Mercados Emergentes de Newton, políticas como los mecanismos de cortocircuito en los mercados no permiten que los mercados se descongestionen de forma natural y creen que mayores esfuerzos para reforzar el mercado con políticas similares fracasarán en última instancia. Las gestoras de cartera Caroline Keen y Sophia Whitbread estiman que aunque el crecimiento económico general en China está frenando, un PIB global más lento no evita que haya oportunidades de inversión atractivas en áreas de crecimiento estructural que en su opinión dependen menos del crecimiento económico. «El programa de reformas de los líderes chinos también se ha centrado en luchar contra la corrupción y mejorar la rentabilidad de las empresas estatales, dando un papel mayor al sector privado. Dichas medidas deberían de traducirse en una mayor calidad de crecimiento, aunque sea a un ritmo más lento», concluyen.