The American Economy, a european view es el título del último libro escrito por Anton Brender y Florence Pisani, economistas jefes de Candriam. En él, perfilan la historia y las estructuras de la economía estadounidense con el afán de esclarecer los problemas a los que se enfrenta hoy en día.
Cada año, Estados Unidos, cuya población representa menos del 5 % del total del planeta, produce un tercio del PIB mundial. La yuxtaposición de estas dos cifras da una idea del poderío de la economía estadounidense. Además, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca supone una singularidad con respecto a la alternancia habitual entre demócratas y republicanos en las riendas de los Estados Unidos.
Según los autores, esto es reflejo del desafecto cada vez mayor que sienten muchos estadounidenses confrontados a cambios que en el lapso de unas pocas décadas han supuesto transformaciones de largo alcance en la economía y han desequilibrado el modelo social sobre el que su dinamismo se había basado durante largo tiempo. “Desde hace más de medio siglo la economía estadounidense, pese a seguir siendo la más productiva del mundo, viene mostrándose cada vez menos capaz de mejorar la calidad de vida de buena parte de su población”, apuntan.
La preponderancia hacia los servicios en el patrón de gasto interno y las diferentes tasas de aumentos de productividad, aunadas a una mayor apertura a las importaciones de manufacturas, han llevado a una terciarización, si no de la economía estadounidense en su conjunto, al menos de los salarios y trabajos que crea. Ante este cambio, el gobierno federal ha permanecido prácticamente de brazos cruzados.
Confiado en la eficacia de las fuerzas del mercado, no ha hecho ningún esfuerzo por facilitar los ajustes y reconversiones que se requerían ni ha redistribuido las rentas que brindan el progreso técnico o el comercio internacional. Ante la imposibilidad de conseguir puestos de trabajo bien remunerados en el sector servicios, una parte de la población estadounidense no tiene más remedio que aceptar los peor pagados. El resultado ha sido una presión bajista sobre la retribución de estos, presión que solo la rigidez del mercado laboral ha podido contener en los picos de los ciclos económicos.
Políticas económicas cíclicas
Para los autores del libro, la aversión a la intervención pública que subyace en el modelo social estadounidense ha llevado al gobierno a responder a los cambios estructurales por medio de políticas contracíclicas, puesto que su prioridad es mantener la economía lo más cerca posible del pleno empleo, que es la única manera, si no de mantener el crecimiento de los salarios reales en el extremo inferior de la escala, al menos de prevenir su erosión.
Tras la segunda guerra mundial, en un principio el gobierno usó la política presupuestaria como medio para ese fin. Desde fines de los años 60, sin embargo, se evidenciaron las limitaciones de esta política como instrumento de gestión cíclica y poco a poco la política monetaria fue tomando el relevo. No en vano, desde comienzos de los años 80, la eficacia de la política monetaria ha aumentado considerablemente como resultado de la transformación del sistema financiero estadounidense y el avance en la forma de llevarla a cabo, hasta el punto de que los hogares estadounidenses, especialmente reactivos a los cambios de tipos, se habían convertido a fines de la década de los 90 en los «prestamistas de último recurso» de la economía mundial.
En su opinión, desafortunadamente la edad dorada de la política monetaria acabó en una catástrofe de gran magnitud y llevó diez años y políticas de emergencia que la economía regresara al pleno empleo. Pero ahora utilizar los instrumentos de política económica se ha vuelto más complicado: la carga de la deuda pública nunca había sido tan elevada como hoy en tiempos de paz y la eficacia de la política monetaria se ha visto considerablemente disminuida.
Ello significa que el uso de estas políticas para subsanar la merma del progreso social que el país lleva afrontando no pocos años se ha vuelto más complicado. Creer que ello podría lograrse reduciendo la tributación de empresas cuyos beneficios después de impuestos son más altos que nunca antes, según parece implicar la reciente decisión del Congreso, es ilusorio. Sólo un cuestionamiento de la aversión a la intervención pública podría posibilitar que Estados Unidos salga de su situación actual . Y en las circunstancias de hoy día eso es algo que parece improbable.