Las inversiones alternativas llevan varios años en el punto de mira. Actualmente, el crecimiento que han alcanzado a nivel global se sitúa en los 13,1 billones de dólares, un mercado todavía bastante reducido si lo comparamos con otros activos como, por ejemplo, la renta fija (103,2 billones de dólares) o la renta variable (101 billones de dólares). Y puede ir a más, ya que un informe de Preqin -entidad especializada en datos, herramientas y perspectivas sobre activos alternativos- calcula que en 2029 se espera que el sector de las inversiones alternativas alcance los 29,2 billones de dólares en activos gestionados, con una tasa de crecimiento anualizada del 9,7% en el periodo de 2023 a 2029.
Javier Alonso, socio y director de Middle office y productos alternativos en Abante, explica que este crecimiento responde a que cada vez hay menos compañías que quieren “hacerse públicas y cotizar. Cuando formas parte de esto tienes una serie de necesidades de reporting a nivel regulatorio muy exigentes”. ¿Cómo beneficia al inversor invertir en empresas no cotizadas? Los expertos de Abante responden que invirtiendo en mercados privados o en empresas que no cotizan complementa los activos tradicionales, proporcionando acceso a inversiones directas en empresas y proyectos vinculados a tendencias que darán forma al futuro y a activos reales que el inversor puede «tocar» o «consumir».
La iliquidez es su característica principal, y aunque pueda tener cierta connotación negativa por no poder acceder al dinero siempre, obliga al inversor a estar comprometido con el largo plazo, evitando errores de comportamiento humano. “No hay precio y eso hace que no puedas vender o comprar en mal momento”, subraya Alonso.
Universo de inversiones alternativas: ¿en cuál es más adecuado invertir?
El tipo de inversión alternativa depende del perfil de riesgo, horizonte temporal, situación financiera y objetivos del inversor. Esto será lo que marque la inversión, la estrategia y cuánto porcentaje del patrimonio se pueden destinar a estos activos.
“Los fondos de private equity son imprescindibles en cualquier cartera que tenga un horizonte temporal que permita aguantar la iliquidez y que tenga un patrimonio suficiente como para poder complementarlo con esa parte ilíquida”, asegura Marta Campello, socia y gestora de fondos en Abante.
Los mercados privados ofrecen multitud de tipos de inversión. La más conocida es la del capital privado o private equity, que implican inversiones en el capital de empresas no cotizadas con el objetivo de mejorar operativamente e impulsar el crecimiento de los negocios. Esta fórmula de inversión cuenta con distintas categorías: buyouts, growth capital o venture capital.
Para entender cómo se distribuyen las categorías hay que pensar en el ciclo básico de una compañía. El inicio -start up- es donde menos recursos y más riesgos hay (venture capital). Tras esto, viene el crecimiento (growth equity), la madurez o compañías estables en el mercado (buyouts) y estabilidad o declive (special situation). “Por ejemplo, cuando hablamos de los fondos de buyouts, principalmente hablamos de invertir en empresas que están consolidadas en el mercado, con un nicho controlado”, destacan desde la firma.
“Los fondos suelen entrar con la mayoría del capital para poder ejercer derecho de voto en las decisiones de la empresa e incluso con la totalidad del capital”, dice Alejandra Pérez, del equipo de Productos alternativos de Abante. Son compañías con trayectoria y con planes de negocio a futuro. “Tras la inversión, los fondos suelen mejorar la eficiencia de la compañía, hacer cambios estratégicos, reestructurar una línea de negocio o expandirse”, añade Pérez. Una vez alcanzada su rentabilidad objetivo, inician el proceso de venta, que puede ser a otro private equity, a otro socio industrial o una salida a bolsa.
Por su parte, el venture capital invierte en compañías en fase incipiente o en una etapa muy temprana. “La gran diferencia con los buyouts es que hablamos de inversiones minoritarias en las que el gestor no quiere arriesgarse a invertir mucho capital en una compañía que está por formarse con ingresos negativos”, dice la experta. La estrategia operativa del gestor consiste ayudar a estabilizar el negocio y crecer. La salida, una vez alcanzado el objetivo es igual que en los buyouts.
En segundo lugar, y un activo que está en crecimiento en el mercado, está la deuda privada, caracterizada por invertir en compañías a través de la financiación mediante préstamos. “Pero ¿qué es la deuda privada? Cuando hablamos de crédito privado, nos referimos a deuda proporcionada por entidades no bancarias. En función del tipo de compañía en la que desarrollemos esta estrategia, podemos encontrar distintas opciones: deuda senior / direct lending, deuda mezzanine, deuda infra o deuda inmobiliaria”, explican desde Abante.
Las principales características son los covenants o términos que deben cumplir los prestatarios y que incluyen aspectos como limitaciones en el nivel de deuda de la compañía, solicitar permiso de los prestamistas antes de llevar a cabo operaciones corporativas y utilizar fondos únicamente para los fines acordados. Con esto consiguen proteger el riesgo de crédito y a los inversores.
También están la deuda garantizada o colateral, en la que el gestor la solicita si cree que un prestatario no puede devolver el préstamo. En este caso, tendría derecho a quedarse con ciertos activos, minimizando así el riesgo de pérdida. Y, por último, los tipos de interés flotantes (tipo base más spread). Las inversiones en crédito privado suelen cerrarse con este término, lo que ayuda a respaldar los rendimientos cuando los tipos de interés están en aumento, aunque podría reducir los rendimientos cuando las tasas de interés están disminuyendo.
“También destacamos las infraestructuras o activos reales. Se trata de invertir en compañías que proveen de un servicio esencial para la sociedad. Y podemos invertir en este sector a través de capital o de deuda. Las compañías de infraestructuras se consideran más defensivas, aunque podamos ver en ellas diferentes tipos de riesgo: super core, core, core-plus, value-add y opportunistic”, explican desde Abante Asesores.
Los beneficios que ofrecen las infraestructuras para la cartera son la capacidad de generar retornos consistentes, la cobertura frente a la inflación, la diversificación que proporcionan ya que, son activos con baja correlación de los tradicionales y menos volatilidad frente a los mercados cotizados. Sin embargo, las barreras de entrada son fuertes, tienen un coste elevado, hace falta una experiencia previa técnica y son activos regulados.
Por último, están los activos inmobiliarios. Suelen ser inversiones más intensivas en capital y se trata de la financiación de inmobiliario mediante deuda o capital. Depende del tipo de riesgo que asumamos podemos hablar de core, value-add y opportunistic.