Toda inversión implica un riesgo para el capital.
Durante la pandemia, se repitió hasta la saciedad que «vivimos tiempos extraordinarios» y, por trillada que esté la frase, no se puede negar que hemos atravesado un periodo de extraordinaria volatilidad.
Dada la naturaleza de nuestro enfoque de inversión activa a largo plazo, tanto nosotros como nuestros clientes asumimos que la volatilidad puede perjudicar al mercado. Al fin y al cabo, mantenemos nuestras inversiones en empresas de crecimiento durante al menos cinco años, y nuestras carteras tienen una elevada participación activa y no reproducen índices. Sin embargo, la volatilidad puede ser sinónimo de oportunidades, y la rentabilidad acaba estabilizándose con el tiempo.
Y aunque la volatilidad haya sido extrema durante la pandemia, nuestra experiencia en otras crisis nos da motivos para ser optimistas.
Aunque creamos que la historia no tiene por qué repetirse, muchas veces rima, como supuestamente dijo el escritor estadounidense Mark Twain. Por tanto, es fundamental aprender del pasado.
Los gestores de activos solemos asegurar que nos regimos siempre por la misma filosofía y el mismo proceso, y este enfoque luce mucho cuando el viento sopla a nuestro favor. Sin embargo, en tiempos difíciles no podemos permitirnos ninguna acusación de desviación de estilo,, ya que deberíamos ser capaces de mejorar nuestros procesos a partir de las experiencias previas.
La gestión de activos es un sector competitivo y, si uno no quiere quedarse atrás, tiene que mirar hacia el futuro. Por eso, a la hora de gestionar nuestras carteras, apostamos por una cultura de mejora continua. Y no es que apliquemos tal cual lo que hemos aprendido en otras crisis a los problemas actuales, sino que lo usamos como base para mejorar nuestros métodos y ofrecer resultados más atractivos a los clientes.
En Baillie Gifford, procuramos mejorar continuamente. Además, nos gusta entablar relaciones de confianza con académicos y que procuramos expandir nuestro negocio de capital privado para desarrollar fuentes alternativas de información que no están al alcance de nuestros competidores.
Hemos dejado atrás la subida de los tipos de interés y de la inflación, que, aunque persiste, está retrocediendo. Además, parece que los tipos de interés tienden a la baja. Es decir, si bien habrá que esperar a futuros recortes, es posible que el sentimiento hacia la inversión de crecimiento mejore. Por otra parte, la geopolítica y los conflictos siguen suscitando preocupación en el mercado. Las inversiones preferidas son las que se centran en el corto plazo, ya sea en productos con tires atractivas, como los bonos o los fondos del mercado monetario, o en los principales componentes de los índices, en los que el fervor por la IA ha disparado las acciones de las grandes tecnológicas.
En definitiva, ha sido un periodo bastante incómodo para la gestión activa, ya que básicamente había dos opciones: invertir a favor o en contra de las siete magníficas; y en algunos momentos mantener una infraponderación ha sido perjudicial. No obstante, nosotros ya estábamos familiarizados con estas empresas. Invertimos en Nvidia en 2016 y en Amazon en 2004, pero su reciente omnipresencia ha eclipsado los avances de otras empresas cotizadas o privadas. Ahora, puede que la situación esté empezando a cambiar, ya que los inversores están comparando críticamente las valoraciones de las siete magníficas con sus resultados actuales y sus perspectivas de beneficios futuros. En cierto momento, el éxito operativo de un número mayor de negocios se traducirá en subidas dentro de las bolsas.
Nos consideramos «inversores reales» y no solo activos, porque priorizamos la inversión en las compañías de crecimiento con más posibilidades de generar rentabilidades superiores. Nuestro proceso se basa en detectar aquellas que destacan y que prevemos que dominarán el mercado entre los próximos 5 y 10 años.
Como vemos en los análisis y demuestra el éxito de las siete magníficas, el comportamiento del mercado depende del tremendo éxito de muy pocas empresas. Sin embargo, creemos que el conjunto de oportunidades es ciertamente más amplio y, a diferencia de muchos gestores activos, no pensamos limitarnos a infraponderar o sobreponderar mínimamente un índice.
La última década estuvo dominada por los negocios con baja intensidad de capital que aprovecharon los reducidos tipos de interés para ampliar sus operaciones. En este nuevo mundo, sin embargo, se buscan empresas que no necesiten la cara financiación actual y que tengan un largo historial de beneficios, y se precisa una mentalidad tradicional a largo plazo para encontrar solución a los problemas comunes. Harán falta la paciencia y la resiliencia que les faltan a los gestores activos acostumbrados a la constante rotación de carteras.
Sin embargo, hay muchas oportunidades. Vivimos en un mundo marcado por la revolución tecnológica y la innovación, y los desafíos globales a los que nos enfrentamos no han frenado el progreso. La digitalización es la principal tendencia de la vida diaria: ByteDance (la matriz de TikTok) se ha convertido en la mayor empresa privada del mundo; Mercado Libre lidera el comercio electrónico en Sudamérica, y Shopify se ha convertido en la plataforma B2B preferida de muchos negocios. Desde que acabó la pandemia, los inversores se han centrado en las cifras de facturación y volcado en sectores distintos al sanitario, con lo que las rentabilidades de estas inversiones han caído, pero la situación podría estar a punto de cambiar.
La confluencia de los macrodatos y la biotecnología, así como el surgimiento de nuevas plataformas, han redundado en grandes descubrimientos médicos por parte de Moderna y Alnylam, los cuales todavía no se han reflejado en sus cotizaciones respectivas. Los avances tecnológicos están impulsando a pioneros como SpaceX (comunicaciones por satélite) y Zipline (drones de reparto) al mismo tiempo que las conocidas temáticas de la inteligencia artificial y la transición energética siguen abriendo un número cada vez mayor de posibilidades. ¿Quién sabe? Quizá sí que vivimos tiempos extraordinarios después de todo.
Tribuna de James Budden, director de Marketing y Distribución en Baillie Gifford
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