El previsible abandono de Joe Biden acabó sucediendo el pasado fin de semana. De acuerdo con los datos que presenta Polymarket, Kamala Harris cuenta con un 92% de probabilidades de ser la baza demócrata para las elecciones presidenciales de noviembre. El apoyo por la mayoría de los demócratas, así como por parte de los 50 responsables del partido en cada uno de los estados garantiza —salvo sorpresa mayúscula de última hora– su nominación oficial en el congreso del partido a finales de agosto.
Aunque a priori (y antes de las noticias acerca de la baja de Biden), Robert F. Kennedy Jr. parecía mejor colocado en el banquillo, de acuerdo a las casas de apuestas. Lo cierto es que la sustitución por Harris parece devolver algo de esperanza a la bancada demócrata, que, tras encontrar las últimas semanas serias dificultades para atraer aportaciones de capital a la campaña, se ha encontrado de golpe, según CNBC, sumando más de 150 millones de dólares en donaciones en menos de 24 horas desde el anuncio de la nueva candidatura.
Con tres meses escasos antes de las elecciones, y viendo cómo la ventaja se ha ampliado sustancialmente entre Kamala y otros candidatos en las filas demócratas en las últimas encuestas, parece que el partido azul cierra filas en torno a la opción menos mala de la que disponen. Las aportaciones de Kamala Harris en la batalla por la Casa Blanca tienen un balance marginalmente positivo.
Como aspectos negativos, el historial electoral de Harris no es brillante. Se hizo con el puesto de fiscal del estado de California (2010) por solo un 0,8% más de votos que su oponente, el republicano Steve Cooley y, como explicamos más arriba, no era la sustituta preferida para Biden. Tampoco parece que vaya a ayudar demasiado a disminuir la ventaja que aparentemente tiene Trump en el voto electoral (vs. voto popular), y además arrastrará, como vicepresidenta de la administración en curso, el lastre que están suponiendo en las encuestas problemas como la inflación o la falta de control en materia de inmigración.
Quizá el aspecto más desfavorable, y que Donald Trump a buen seguro tratará de explotar en su beneficio, es la percepción del americano conservador respecto a la ubicación política de Harris, a la izquierda de Biden y de otros presidentes demócratas más conservadores. Teniendo en cuenta la demografía de EE. UU. (un 50,4% mujeres y un 14% aproximadamente afroamericanos, solo un ~23% de los estadounidenses registrados como demócratas se identifican como “liberales”). El teorema del votante en la mediana la consolida por tanto como candidata desaventajada.
Como favorables, el índice de desaprobación de Harris antes del anuncio era mejor que el de Joe Biden (49,5% vs. 57%) y en su rol de vicepresidenta, quien hubiese votado a Biden este próximo mes de noviembre estaría asignando una probabilidad razonable a un escenario en el que Kamala tuviera que sustituirlo en el Despacho Oval antes de 2028 y sería la alternativa natural para los demócratas en las presidenciales de ese año.
Obliga además a los republicanos a replantearse su estrategia facilitando la de sus contendientes: ahora Kamala está en disposición de atacar a Trump usando como argumento principal su avanzada edad (Harris tiene 59 años, frente a 78 de Trump). Y contrarrestando la interpretación negativa que para sus opciones tiene el teorema del votante en la mediana, la gráfica del “think tank” Pew deja entrever un “centro” o grupo de votantes moderados (39%) que superarían a los liberales azules y a los conservadores rojos. Dicho de otra manera, si Kamala es capaz de dar convincentemente un paso a la derecha -y asumiendo, con la incorporación de JD Vance, que Trump no moderará su discurso- podría mejorar en las encuestas respecto a los registros de Biden.
Como explica este análisis publicado en 2022, los estadounidenses que usan activamente X para interaccionar con políticos, medios de comunicación o periodistas en foros públicos demuestra que Harris podría utilizar esta palanca a su favor para transmitir un perfil más moderado: como muestran las gráficas de distribución, los azules tienen mucha más exposición a la red social que los republicanos más conservadores.
Con todo ello, si aplicamos los 13 criterios del historiador Allan Lichtman, que han acertado la dirección del voto popular en todas las elecciones presidenciales desde 1984 hasta 2020 y que ofrecen una estructura interesante para estudiar los méritos de los contendientes incluso pese a ser subjetivos en ocasiones y dependientes de información casi en tiempo real en otras, mi resultado sería favorable a Trump (6 o más falsos coinciden con cambio de huésped en la Casa Blanca):
Las próximas semanas comenzaremos a recibir el resultado de las encuestas que mostrarán si efectivamente el golpe de efecto demócrata permite a Kamala Harris recortar distancia a Donald Trump. La primera, de la Universidad de Quinnipiac, cerrada un día después del anuncio, parece apuntar en esta dirección: un 49% de los participantes apoyaba a Trump, frente a un 47% a Harris, que mejora el 48% – 45% que mostraba el sondeo anterior con Biden. Y el miércoles otra de Ipsos la situaba por encima de su oponente en 2 puntos. La media de las tres encuestas más recientes deja la diferencia en solo un punto.
De momento, y aunque Trump continúa siendo favorito: su índice de aprobación es bajo, con un 42,3%, pero supera al de Kamala Harris, de 37,8%, y el balance de las pocas encuestas llevadas a cabo desde el 19 de julio le dan una ventaja de tres puntos. Las apuestas, que han sido más certeras al identificar al ganador en otros procesos electorales, están 61%-36% a favor del republicano que, no obstante, ha perdido tres puntos los últimos tres días).
La elección se mantiene reñida, y es importante seguir las encuestas en los estados “bisagra” que identificábamos hace un par de semanas, porque ahí puede estar la clave: un giro a la normalización en Pennsylvania, Michigan o Wisconsin (que han sido históricamente feudos demócratas, pero que ahora sesgan su intención de voto en la otra dirección).
Solo hace un mes que tuvo lugar el primer debate presidencial, y desde entonces las cosas han sucedido muy deprisa. Aunque es más que probable que Powell deje clara su intención de comenzar a bajar en septiembre en la reunión de julio de la Fed, el otro soporte a la rotación en carteras que comentábamos la semana pasada se ha vuelto bastante más inestable.
El rebalanceo hacia compañías más cíclicas, de valor y pequeña capitalización podría seguir beneficiándose de anuncios macro que apunten a una consolidación en la tendencia de desinflación que permitiría a la Fed el próximo día 31 sentar las bases del inicio de un ciclo de relajación en política monetaria.
No obstante, indicios más evidentes de enfriamiento en el mercado de trabajo o de pérdida de inercia en el repunte en actividad industrial del primer trimestre negarían la hipótesis de una elongación del ciclo. Además, los inversores, después del impulso inicial, pueden revaluar más detenidamente las implicaciones macro de un segundo mandato de Trump, que podría no ser tan amable para el mercado de acciones.