Aunque la mayoría de los ETFs mundiales siguen basándose en índices, los ETFs de gestión activa están ganando adeptos entre las casas de asset management, ofreciendo una nueva vía a los inversores que buscan una posible generación de alfa y resultados específicos, al tiempo que gestionan los riesgos y se benefician de costes más bajos.
En marzo de 2008, tras la resaca de aquel fatídico verano de 2007 que no presagiaba la gran crisis financiera que llegaría 14 meses después, Bear Stearns revolucionó el mercado de los ETFs con una idea, a primera vista, simple: un ETF que no siga simplemente un índice, sino que también se gestione de forma activa en busca de alfa. Con esta finalidad, este banco de inversión lanzó el Bear Stearns Current Yield ETF, que comenzó a cotizar el 25 de marzo de 2008, bajo el símbolo YYY en la Bolsa de Nueva York (NYSE).
Ojalá pudiéramos decir que esta nueva idea llevó a Bear Stearns al éxito, pero la entidad fue una de las primeras en caer durante el colapso financiero de 2008 y fue adquirida posteriormente por JP Morgan Chase. La marca Bear Stearns desapareció, pero su idea perduró, convirtiendo a los ETFs activos en uno de los vehículos de inversión de más rápida adopción en lo que va de siglo XXI: según cálculos de JP Morgan AM, el conjunto de ETFs ha crecido a una tasa anual del 24% desde 1990; si se toman como referencia solo los ETFs activos, el ritmo del crecimiento ha sido del 50% entre 2013 y 2023. Es más, el lanzamiento de ETFs de este tipo superó en número al de ETFs pasivos por primera vez en 2020, y repitió esta tendencia en 2021 y 2022.
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