El déficit presupuestario de Estados Unidos es una preocupación constante para la comunidad financiera mundial, y algunos analistas llevan años haciendo sonar la alarma sobre la disciplina fiscal y la viabilidad de la deuda estadounidense. Sin embargo, en opinión de Yves Bonzon, Group Chief Investment Officer en Julius Baer, esas preocupaciones están fuera de lugar.
Es cierto, las cifras relacionadas con el déficit presupuestario de la mayor potencia global son alarmantes, no es posible negar la rotundidad de los datos, reconoce el análisis conocido como el CIO Weekly. En este contexto, la Oficina de Presupuesto del Congreso de EE.UU. (CBO, por su sigla en inglés) acaba de publicar una actualización de sus perspectivas presupuestarias y económicas para el período 2024-2034.
Las perspectivas presupuestarias muestran una estimación de déficit presupuestario federal de 1,9 billones de dólares (trillions en inglés) en el ejercicio fiscal 2024, arriba de los 1,6 billones anunciados en febrero, y elevándose hasta la cifra de 2,8 billones para 2034.
Las sucesivas revisiones al alza para 2024 son pruebas contundentes de la actual generosidad fiscal de la Administración Biden. Además, la CBO estima que la deuda del sector público estadounidense alcanzará 122% del PIB en 10 años, siendo actualmente del 99% y superando así el anterior máximo histórico del 106%.
Con estas cifras, no son pocos los miembros de la comunidad financiera mundial que han hecho sonar las alarmas desde hace tiempo sobre la disciplina fiscal y la viabilidad de la deuda estadounidense.
Bonzon indica que «estas preocupaciones están fuera de lugar. Cuando se trata de evaluar la salud de los balances públicos, es importante distinguir entre los países que gozan de soberanía monetaria (aquellos que emiten la moneda en la que se endeudan y gastan), y los que no la tienen. EE. UU. tiene soberanía monetaria y, consecuentemente, no puede incumplir el pago de su deuda por razones económicas».
«Las finanzas de un gobierno que imprime el dinero que toma prestado (emisor monopolístico de moneda) son fundamentalmente distintas de las finanzas de un hogar o de una empresa privada (que son usuarios de moneda), ya que estos deben ganar todo el dinero que gastan», aclaró el directivo.
Así, en el caso de los países con soberanía monetaria, lo que realmente importa no es el déficit total sino el déficit primario, es decir, la diferencia entre los ingresos y los gastos de un gobierno, excluidos los pagos por intereses sobre la deuda pendiente.
Déficit primario contenido
Dicha métrica excluye la carga de los costos de préstamos anteriores, por lo que ofrece una imagen más precisa de la sostenibilidad de la política fiscal en un momento dado.
De acuerdo con la perspectiva de Julius Baer, en EE.UU. los déficits primarios están contenidos en el margen del 3% del PIB, tasa muy controlable desde los niveles cercanos al 12% registrados durante la pandemia.
De hecho, las economías maduras con soberanía monetaria y un marco institucional sólido pueden gestionar déficits primarios moderados sin provocar grandes problemas de inflación o de depreciación de su divisa, siempre que exista suficiente capacidad productiva sin utilizar que se pueda explotar.
Para el experto, lo anterior es una hipótesis razonable en cuanto a la economía estadounidense, y está en consonancia con las previsiones de la CBO que apuntan a un crecimiento del PIB nominal de entre el 3% y el 4% en los próximos 10 años.
Las consecuencias vendrán por otra parte
No obstante la postura de Julius Baer respecto a preocupaciones de otros analistas que desde su punto de vista están fuera de lugar, sí hace una advertencia seria sobre lo que puede suceder por el elevado y creciente déficit presupuestario estadounidense.
«Desde nuestro punto de vista, lo que decimos no significa que los Gobiernos con soberanía monetaria pueden simplemente imprimir billetes para asegurar la prosperidad de sus ciudadanos, y que la deuda pública carece totalmente de relevancia», explica.
«Por supuesto que no, pero sí quiere decir que los verdaderos límites del gasto público son una posible depreciación de su moneda y una inflación desbocada, no unas restricciones auto impuestas, que convencionalmente se miden en ratios financieras como la relación deuda/PIB», dice el análisis.
A largo plazo, el hecho de que unos déficits públicos recurrentes puedan o no apoyar de forma sostenible el crecimiento económico se reduce a una cuestión de gobernanza. Los fondos públicos deben administrarse con eficiencia. Para lograrlo, son fundamentales unas instituciones fuertes y unas políticas macroeconómicas sólidas, indica.
El resultado es determinante
Desde luego en un contexto electoral como el que vive Estados Unidos, el resultado será determinante para la visión de la comunidad financiera en aspectos como su viabilidad económica.
Julius Baer opina que el desenlace de las elecciones presidenciales de EE.UU. en noviembre mejorará la visibilidad sobre ambos aspectos, e incluso sobre el grado de vulnerabilidad de los pilares institucionales vigentes frente a posibles ataques.
Desde su punto de vista, por el momento no hay indicios de un cambio inminente en la hegemonía de EE.UU., considera que el dólar conserva su estatus de moneda de reserva mundial, y el tamaño y la profundidad de los mercados de capitales en dólares siguen sin tener rival.
«En un futuro predecible, no existe divisa ni mercado de capitales alternativos que puedan desafiar este statu quo», concluye.