Los analistas financieros tratan de establecer patrones de comportamiento con episodios anteriores, para ver cómo puede desarrollarse la tendencia que vendrá en los próximos meses y años. Y así, en el episodio actual, se mira lo ocurrido con la alta inflación de los 70s o principios de los 80s; se observa lo que ocurrió con la burbuja de las punto com; o con la crisis financiera de 2008.
Sin embargo, el problema radica en que el juego hoy es muy diferente a lo que aconteció en todas y cada una de las ocasiones citadas (y en muchas otras). Es cierto que hay similitudes en muchos aspectos, pero la diferencia entre los anteriores períodos y hoy es abismal.
Por citar la más notoria: hoy tenemos un exceso de liquidez en la economía global, que no se presentaba en los períodos mencionados. Recordemos, por ejemplo, que todas las políticas que desencadenaron en el Quantitative Easing –como el TARP y el ZIRP–, empezaron el 9 de marzo de 2009.
Hoy estamos en un escenario que nadie ha navegado anteriormente. No sabemos cuándo termina ni cuáles son las reglas para hacerlo. La liquidez hoy la provee el gobierno federal, basada en un endeudamiento creciente, que ya roza los 35 trillones de dólares, y que crea nuevos retos para los analistas: ¿cómo impactará el creciente costo del servicio a la deuda a la economía estadounidense y a la economía global?
En próximos meses, el pago de intereses será la cuenta más grande para el Tesoro estadounidense, superando los gastos médicos y duplicando el gasto en defensa. Y, de momento, ni propios ni extraños sabemos cómo se va a manejar esa coyuntura ni cómo el gobierno federal piensa ajustar las finanzas.
En épocas anteriores, un escenario como el descrito anteriormente hubiera llevado a una destorcida de los mercados financieros, sin embargo no lo hemos visto en esta oportunidad. De hecho, los mercados accionarios siguen subiendo, marcando máximos históricos y sin signos de fatiga extrema, como sí lo empieza a advertir la economía.
Cuando empecé en el mundo de las inversiones, una de las lecciones que me dieron mis mentores era: las acciones anticipan lo que pasa en la economía, pues las empresas sienten primero lo que está sucediendo, de manera positiva o negativa. Es decir, los mercados accionarios “saben” mucho antes lo que es un dato del PIB, por ejemplo, puesto que lo viven en tiempo real, por decirlo de alguna manera.
Pero en 2024 esa máxima de las acciones no se está reflejando en los mercados. Ya la economía presenta signos de fatiga, con los indicadores de creación de nómina cediendo (las revisiones de meses anteriores empiezan a ser preocupantemente bajas), los puestos de trabajo disponibles disminuyendo, los inventarios inmobiliarios subiendo, las deudas impagas disparándose, los índices de manufactura cayendo, por citar solo algunos indicadores que hacen prever que la economía no marcha lo suficientemente bien. Por lo menos no para justificar los mercados accionarios subiendo y subiendo.
Es cierto que también las acciones se mueven por la expectativa del boom que puede traer la Inteligencia Artificial, sin embargo, de momento es solo eso: una expectativa. Y quizá con demasiada anticipación. La pregunta válida es: ¿cuántos años de ganancias se han anticipado a los niveles accionarios de hoy?
De cualquier manera, y por donde se mire, los niveles accionarios están sobrevalorados. Eso lo sabemos todos, aunque los inversionistas –de momento– se sienten demasiado cómodos con los mismos. Falta una corrección para que nos hagan aterrizar a niveles un poco más tolerables… El gran problema es que no sabemos cuándo se dará dicha corrección, si en meses o en un par de años. Mi gran apuesta es que lo haga hacia mitad del próximo año.
Este es un nuevo juego con reglas que no están del todo claras. Empezamos a jugarlo porque nos pareció interesante, pero sin la certeza de cómo terminaba, de si nos podíamos salir o si íbamos a quedar atrapados en el mismo, a merced de que alguien fuera fijando reglas a su antojo y nosotros adaptándonos a ellas. Y seguimos avanzando en el juego, sin final cierto y tratando de sobrevivir en el mismo, sabiendo que tarde o temprano vamos a encontrarnos con un daño colateral. Aunque seguimos aferrándonos a la idea de que, en el mejor de los casos, será en el futuro (un futuro que no se sabe cuándo llegará).