Con la publicación de la última entrega del Sexto Informe de Evaluación (IE6) del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), 2023 marcó un punto de inflexión en la narrativa del cambio climático mundial. A lo largo de sus casi 10.000 páginas, la máxima autoridad científica que investiga sobre el cambio climático puso de manifiesto la acuciante realidad de que es más probable que el calentamiento global alcance los 1,5 °C a corto y medio plazo.
La última entrega alimentó el informe Global Stocktake de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que subraya que la trayectoria de 1,5°C exige ahora que las emisiones mundiales disminuyan un 43% de aquí a 2030 respecto a los niveles de 2019 y un 60% de aquí a 2035.
A raíz de estos dos informes históricos, el papel de las instituciones financieras nunca ha sido tan crucial, y el sector financiero se ha visto aún más empujado al epicentro de la acción. La influencia del sector financiero en la asignación mundial de capital le brinda una oportunidad única para impulsar la transición hacia una economía sostenible y baja en carbono. Esto, junto con una normativa mundial cada vez más estricta, está llevando a un número creciente de instituciones a comprometerse con el Acuerdo de París.
Sin embargo, el camino hacia el Net Zero es complejo. A medida que se reducen las oportunidades para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 °C, los inversores se enfrentan a una de las herramientas más importantes de su estrategia climática: la evaluación de la temperatura de la cartera. Esta medida es más que un mero símbolo del impacto medioambiental de una cartera; es un reflejo tangible del grado potencial de calentamiento global que podrían provocar las emisiones de las inversiones subyacentes.
La «temperatura» de la cartera proporciona a los inversores información crucial en varios frentes. En primer lugar, ofrece un medio para supervisar y medir el progreso hacia los objetivos de descarbonización. Las evaluaciones periódicas de la temperatura pueden servir para hacer un seguimiento del rendimiento, permitiendo a los inversores calibrar si una cartera va por buen camino para alcanzar el Net Zero.
En segundo lugar, las evaluaciones ayudan a identificar y mitigar los riesgos financieros relacionados con el clima. Una cartera sesgada hacia activos con altas emisiones no sólo es poco sólida desde el punto de vista medioambiental, sino que también podría enfrentarse a importantes riesgos financieros -regulatorios, de mercado, de reputación y litigios- en un mundo en transición hacia alternativas con menores emisiones de carbono. Por último, una sólida evaluación de la temperatura puede mejorar la supervisión de cuentas y la transparencia, respondiendo así a la creciente demanda de información exhaustiva sobre el clima y de inversiones éticas por parte de las partes interesadas.
Sin embargo, determinar la temperatura de una cartera no es una tarea sencilla. La ausencia de un enfoque universalmente aprobado implica navegar por un complejo panorama de metodologías, cada una con sus puntos fuertes, limitaciones y sesgos inherentes. Ya sea el Climate Disclosure Project (CDP) – World Wildlife Fund (WWF) Temperature Rating, la metodología Trucost Portfolio 2°C Alignment Assessment de S&P, The Paris Agreement Capital Transition Assessment (PACTA), el modelo Implied Temperature Rise (ITR) de MSCI o la metodología Carbon Impact Analytics (CIA) de Carbono 4, los inversores se enfrentan a un conjunto diverso de herramientas para guiar su viaje hacia el Net Zero.
Pero, ¿cómo se comparan estas metodologías y cuáles son sus ventajas relativas y sus posibles escollos? ¿Cómo sortear las incertidumbres inherentes? Y, como inversores, ¿qué conclusiones pueden extraerse de los distintos resultados en relación con la contribución de las carteras a un futuro con bajas emisiones de carbono?
Comprender la variedad de metodologías es un primer paso necesario. La elección de la metodología determinará obviamente las estrategias climáticas de los inversores, influyendo así en las decisiones de desinversión, las asignaciones de capital, los compromisos de los accionistas y la defensa de las políticas. En un mundo que se enfrenta a retos climáticos sin precedentes, estas decisiones podrían marcar la diferencia entre un futuro caracterizado por un cambio climático galopante y un mundo «Net Zero».
Tribuna de Océane Balbinot-Viale, analista senior de ESG en La Française AM.