De la isla de Providencia a Nueva Zelanda, pasando por los manglares de Senegal, la naturaleza atesora un valor incalculable del que la humanidad lleva sacando partido millones de años. Aun así, durante siglos, los sistemas económicos no lo han tenido en cuenta. Hoy, en medio de una crisis ecológica sin precedentes en la historia reciente, esto es más evidente que nunca. Entender y tener en cuenta el capital natural es fundamental para encontrar soluciones al cambio climático y la pérdida de biodiversidad.
Los beneficios que nos ofrecen los ecosistemas y la biodiversidad a menudo no se perciben ni valoran como es debido. El concepto capital natural engloba todos los bienes y servicios que nos dan los ecosistemas. Estos son la base de la economía y del bienestar social. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) calcula que solo los servicios ecosistémicos generan un valor anual superior a los 125 billones de dólares.
Una buena muestra de ello es el caso de Providencia. El 16 de noviembre de 2020, el ojo del huracán Iota pasó a pocos kilómetros al norte de la isla. Su paso dejó vientos de más de 240 kilómetros por hora y lluvias intensas. Este territorio conocido por la biodiversidad de sus bosques y sus aguas, sus playas y sus arrecifes de coral, amaneció desnudo tras el paso de la tormenta. Esta destruyó todas sus infraestructuras, 6.000 personas se quedaron sin hogar y cuatro fallecieron en una noche fatídica. Los primeros vuelos de reconocimiento dejaban imágenes impactantes: apenas quedaban árboles en pie en la isla y el 90% de los manglares y los arrecifes de coral estaban dañados. Dos días después de la llegada de Iota, el Gobierno de Colombia declaró la situación de desastre en la isla.
El paso del huracán Iota no solo dejó a los habitantes de Providencia sin luz ni comunicaciones. La pérdida de vegetación en los bosques de la isla afectó a la regulación hídrica y a la disponibilidad de agua y aumentó la erosión de los campos. Los suelos, de origen volcánico, empezaron a absorber más calor ante la ausencia de sombra y la destrucción de los hábitats tuvo un impacto importante en los polinizadores, al tiempo que favoreció el desarrollo de determinadas plagas para la agricultura, poniendo en riesgo la producción alimentaria en el territorio.
En Providencia, el valor económico de los arrecifes estaba claro gracias al turismo. Pero estándar reconocido el System of Environmental Economic Accounting (SEEA), ¿cuánto valía la protección costera que proporcionaban, sus funciones como guardería oceánica o su papel en la cultura y las tradiciones de la isla? Casi nadie se lo había planteado hasta que Iota entró en escena.
Tener una estimación económica de los beneficios que aporta la naturaleza, visibiliza la contribución del medioambiente a los medios de vida y las economías humanas. Incluir la naturaleza en los sistemas de contabilidad nacional ayuda a crear indicadores de riqueza y desarrollo que dejen atrás el PIB, contribuyan a valorar mejor la riqueza del entorno y ayuden a encontrar una salida a los desafíos climáticos y ambientales. ¿Pero cómo medir el capital natural?
La medición
En 2012 la Comisión Estadística de las Naciones Unidas adoptó un sistema de contabilidad del capital natural a nivel nacional que llevaba gestándose desde la década de los 90. “El SEEA quiere explicitar la contribución de la naturaleza a la economía y al bienestar humano. Usa un enfoque de contabilidad para enlazar la información de los ecosistemas con la información económica”, señala Alessandra Alfieri, jefa de la Sección de Cuentas Económicas Ambientales de la ONU.
Las tecnologías satelitales permiten que cada vez sea más sencillo recabar datos sobre el capital natural, mientras la inteligencia artificial contribuye a mejorar su modelización en el tiempo. Aun así, existen numerosos retos todavía por solventar.
Lo que está claro es que la destrucción de la naturaleza se ha acelerado en las últimas décadas. La última edición del informe Planeta Vivo de WWF muestra un descenso medio del 69% en la abundancia poblacional relativa de especies animales de todo el planeta entre 1970 y 2018. La crisis de biodiversidad suma sus riesgos y los entrelaza con el cambio climático, enviando una señal clara: no se puede esperar más para frenar la degradación de la naturaleza.
“Una contabilidad robusta del capital natural ayuda a los países a entender la contribución de la naturaleza a la economía y al bienestar de su población. Así, a la hora de tomar decisiones que implican la degradación de un ecosistema se entienden mejor las consecuencias y las pérdidas que conlleva”, concluye Alessandra Alfieri, de la oficina de estadística de la ONU. “La idea final es promover la conservación de los ecosistemas y, sobre todo, llegar a entender que los ecosistemas y la biodiversidad nos proveen de servicios importantes que a menudo no se perciben”.
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