En los últimos días, hemos vuelto a vivir un intento de alterar la vida democrática en el continente americano. La recesión democrática durante los últimos años es evidente a nivel mundial, y nunca deberíamos dejar de trabajar en fortalecer los resortes institucionales que permitan frenar cualquier atisbo de futuras escaladas similares a las sufridas. Por ello, en ningún caso mi intención es tratar de desdramatizar los riesgos que las democracias están viviendo en todo el mundo, pero sí quisiera aprovechar para ilustrar como el peso de la historia supone una lacra excesiva en America Latina, incluso cuando su capacidad de resiliencia es incluso mejor que la de países de larga tradición democrática.
Sin olvidar que el capítulo de Perú sigue reciente y presente, querría aprovechar esta columna para realizar un breve análisis de cómo lo vivido en Brasil estos días es comparable con lo sucedido en el Capitolio en Washington DC en 2021.
Los disturbios en la capital de Brasil el domingo 8 de enero han recordado a muchos los vividos durante el ataque del 6 de enero del 2021. Manifestantes irrumpieron de forma violenta en edificios gubernamentales, espoleados por lo que sus líderes sugirieron durante meses acerca de la posibilidad de que (si perdían) sería en base a una elección robada. Y en esa manipulación de sus seguidores, convencidos muchos de ellos que estaban defendiendo la democracia en lugar de atacarla, es donde claramente se asemejan ambas agresiones. Coincide además el hecho que en esas mismas elecciones el resultado de las presidenciales fuera distinto al de la Cámara de Representantes, dificultando más si cabe las reclamaciones de fraude electoral. Pero, aunque el guion pueda parecer el mismo, existen grandes diferencias entre lo que sucedió en Washington DC y los disturbios de Brasilia.
Seguramente con menor contundencia de la deseada, y quizá obligado por su falta de apoyo institucional para pensar en una alternativa exitosa, el presidente saliente Bolsonaro abandonó su estrategia de denunciar fraude electoral rápidamente, y permitió una transición pacífica a la presidencia de Lula da Silva el 1 de enero. Condenó incluso los disturbios violentos de sus partidarios, que como no había sesión en elCongreso (a diferencia del 6 de enero en Washington DC), básicamente convirtieron el asalto a los vacíos edificios gubernamentales en un acto de puro vandalismo en el que destruyeron y saquearon dichos edificios, sin ningún proceso oficial con el que interferir.
Y es cierto que Lula ya había tomado posesión como presidente electo que era, pero su capacidad para convocar a todos los gobernadores en defensa de la democracia y su reunión con los miembros de la Corte Suprema, al día siguiente de los hechos, es una buena ilustración que la globalización permite a los actores políticos aprender de experiencias similares de otros lares. Además, en 24 horas se habían detenido a unos 1500 protestantes, a los que planean retener en custodia hasta (al menos) la finalización de la investigación. Y la Fiscalía ha intervenido ya solicitando el bloqueo de bienes del anterior presidente.
Todo lo anterior para decir que America Latina recibe unas primeras lecturas muy negativas que no siempre merece. Siempre recuerdo que al poco tiempo de llegar a Estados Unidos vivimos la esperpéntica elección Bush-Gore donde el formato mariposa de las boletas electorales en Florida (en muchos estados siguen siendo igual de rudimentarias 20 años después), impidió que el resultado electoral no se resolviera hasta mes y medio después de la fecha electoral. En esas mismas fechas Brasil también tenía contienda presidencial, y antes de la jornada de votaciones ya anunció que el mundo sabría el resultado 2 horas después del cierre de los colegios electorales, como así fue.
De todas formas, aunque esta expedita resolución a corto plazo habla bien de los mecanismos inmediatos de las instituciones brasileñas, no debe pasarse por alto las fallas de seguridad y la incertidumbre en una democracia joven como la brasileña, cuyos recientes graves escándalos de corrupción han facilitado un caldo de cultivo que la hace potencialmente más vulnerable a las teorías de conspiración alimentados por movimientos políticos de dudosas intenciones.
Oriol Rius – Nueva York, enero 2023