Tras los últimos episodios protagonizados por la curva de rendimiento estadounidense, si echamos la vista atrás y nos vamos a escenarios similares que se produjeron en el pasado, podríamos sacar algunas conclusiones de lo que está ocurriendo.
El caso actual, en el que la curva se ha invertido, parece comparable al de 1998, y las acciones de la Fed por aquel entonces desembocaron en varios años de repunte de la renta variable. Sin embargo, los bancos centrales tenían mucha más munición que ahora. Sin embargo, las condiciones económicas actuales de tipos extremadamente bajos, volatilidad de mercado y demás síntomas de la última fase del ciclo, recrean un entorno favorable para los títulos de renta variable que reparten dividendos.
Esto lo podemos ver atendiendo a indicadores de valoración tradicionales como por ejemplo los múltiplos de PER, a través de los cuales las valoraciones de esta clase de activos pueden parecer elevadas, pero si las comparamos con las variables de flujos de efectivo, como los rendimientos del flujo de caja libre y las rentabilidades por dividendo, todavía se perfilan muy interesantes en comparación con la rentabilidad que arroja la renta fija.
Por lo tanto, podemos ver que la última inversión de la curva de rendimientos no ha pasado inadvertida para la comunidad mundial de inversores, y quizás refleje un exceso de nerviosismo acumulado en el mercado actualmente. Es probable que el principal catalizador de ese nerviosismo sea la incertidumbre generada por las guerras comerciales, más que una ralentización económica tangible a escala mundial.
Pero no nos confundamos; estamos en la última fase del ciclo, con unos tipos a cero o extremadamente bajos y una volatilidad general a causa de la fase actual. En la medida en que se mantengan las condiciones económicas mundiales y los fundamentales de los mercados de capitales no empeoren, no vemos ninguna razón para tirar la toalla en lo que a la renta variable respecta.