En los últimos años, aunque de manera tímida, los fondos de inversión se han ido abriendo paso cómo un activo de referencia para formar parte de nuestros ahorros. Muchos ahorradores se han ido reconvirtiendo en inversores, empujados por unos tipos de interés nominales próximos a cero que, a su vez, provocan tipos de interés reales negativos (recordemos que un tipo real se obtiene «a grosso modo» restando la inflación al tipo que me ofrecen en la entidad) en los productos de ahorro e inversión más tradicionales, fundamentalmente depósitos y Letras de Tesoro.
Es evidente que cualquier ahorrador que quiera obtener rentabilidades reales positivas tendrá que subir un peldaño en cuanto el riesgo que asume con sus inversiones, un efecto ha llegado para quedarse, aunque no sabemos si con efectos similares a los que ha tenido en la economía nipona.
Sin embargo, con las pistas proporcionadas por Mario Draghi en sus últimas comparecencias como gobernador del BCE, es evidente que cualquier ahorrador que quiera obtener rentabilidades reales positivas tendrá que subir un peldaño en la escalera del riesgo. Nos encontramos, por tanto, antge un caldo de cultivo en el que la industria de fondos de inversión ganará peso en los próximos años.
La famosa carta que llegará a todos los inversores
Esperamos que nuestro pasado reciente nos haya servido de lección (a algunos debería de haberles servido más que a otros). No en vano, fueron los años de las preferentes o las subordinadas y Bruselas parece haber dicho: “Hasta aquí hemos llegado”.
Como saben, la transposición de la directiva europea MiFID II ha llegado a España con retraso (ya saben, “Spain is different”) y por capítulos. El último Real Decreto entró en vigor el pasado 17 de enero de 2019 y la norma busca elevar la transparencia y mejorar la combinación entre gestión y asesoramiento en la industria financiera. En concreto, una mayor transparencia sobre los fondos de inversión vendidos a sus clientes, lo que para muchos será una revolución.
La carta es obligatoria e informará sobre los costes y gastos anuales a todos los clientes
Entre las principales novedades, se encuentra la obligación de enviar al cliente una carta que suministre información sobre costes y gastos «expost» al menos una vez al año. Concretamente, se deberá especificar cuánto dinero del cliente ha ido a parar a la gestora, cuánto dinero ha ido a parar al distribuidor de dichos fondos (las ya famosas retrocesiones), cuánto dinero paga el cliente en concepto de brokerage (comisiones de compra venta de activos), cuánto por el análisis (research), y cuánto en concepto de compra venta de divisas.
Casi todos los bancos que conozco y, créanme, son unos cuantos (bien porque he trabajado en ellos o porque tengo estrecha relación con los mismos) nos regalan los oídos con alguna frase ya manida del tipo: “La cuenta de fondos es totalmente gratuíta” o “Con nosotros tendrá arquitectura abierta”.
Lamentablemente no son ciertas, aunque más justo sería decir que son verdades a medias. Dejémonos de verdades a medias. Seamos serios, con el cliente no se juega y con el ahorrador menos.
“La cuenta por operar en fondos es gratuita»
“La cuenta de fondos es totalmente gratuita” o frases similares se caerán por sí solas con la temida “carta” que ya está llegando a nuestros hogares. Todos los fondos soportan comisiones internas, por lo tanto, invirtiendo en fondos siempre asumiré unos costes. Al informar sobre dichos costes aportaré una mayor transparencia al cliente que dispondrá de mayor información. Por tanto, la carta traerá transparencia al sector y educación financiera al inversor.
El inversor tendrá más argumentos para exigir profesionalidad a su “vendedor” de fondos, porque no todo vale (fondos que replican índices con comisiones elevadísimas –por encima del 2%- cuándo se puede replicar por poco mas de un 0,10% anual o fondos con nombres que evocan a inversiones tranquilas – fondo “soy prudente” – con categoría de fondo mixto y volatilidad por encima del 6%).
La famosa “arquitectura abierta” de la que todo el mundo presume
“Con nosotros tendrá arquitectura abierta” es otra de esas verdades a medias. Como algunos sabrán, un mismo fondo tiene varias clases (véase la siguiente tabla):
Todos los fondos de la tabla anterior son el “mismo” técnicamente hablando. En realidad, sería más correcto decir que todos pertenecen a la misma familia, ya que por ejemplo un ISIN corresponde al fondo en euros y otro ISIN hace referencia al mismo fondo pero en dólares, etc. El primero y el último son iguales y solamente difieren mínimamente en su denominación (uno es clase E y otro clase I), pero son exactamente iguales.
Ahora bien, si vamos a la columna OCF (gastos corrientes soportados por el inversor) un fondo aplica un 1,75% de gastos y su réplica (a priori para patrimonios más elevados) soporta un 0,85%. Es decir, un 0,90% de diferencia de costes que, en algunos ejercicios, puede marcar la diferencia entre rentabilidad positiva o negativa. Veámos esto de manera más gráfica observando las rentabilidades de dichos fondos:
Como puede observarse en el cuadro anterior, el fondo de la clase “I”, bate al de la clase “E” en más de un 3% a 3 años y en más de un 5% a 5 años. Insistimos que ambos fondos invierten en los mismos activos, pero unos soportan menos costes que otros. Juzguen ustedes mismos cual les interesaría tener en su cartera.
Pues bien, concluyendo con el debate sobre si existe o no arquitectura abierta real, es evidente que no todo el mundo tiene acceso a todos los fondos, ya que algunas clases están vetadas para los patrimonios más altos con mínimos estratosféricos para la mayoría de los mortales (varios millones de euros en algunos casos).
Gracias a, entre otros, estos cambios regulatorios, emergen figuras de asesoramiento independiente dónde la transparencia en la relación con el inversor prima por encima de todo y que le proporcionan la posibilidad de una arquitectura abierta real y con acceso a fondos de clases privilegiadas (institucionales y banca privada) desde cualquier importe. Y centradas exclusivamente en el asesoramiento, que será lo que realmente aporte valor a dicha relación, con costes explícitos totalmente claros e identificables por el inversor.
En definitiva, ni los fondos son gratis, ni en muchos casos podemos disfrutar una arquitectura abierta real.