Aunque un mayor conocimiento de cuestiones financieras por parte de los inversores aumenta la probabilidad de que tomen mejores decisiones y obtengan una mejora de su calidad de vida a medio plazo, la realidad muestra que la dificultad y el esfuerzo de adquirirlos genera una falta de motivación y un insuficiente nivel de conocimientos en los inversores, por lo que las decisiones de los particulares menos formados tienden a ser más intuitivas.
Probablemente, la falta de conocimientos financieros ha favorecido que el ahorrador español optase por la decisión más fácil, es decir, trasladar buena parte de su ahorro financiero a depósitos bancarios e inmuebles, unos productos muy sencillos de entender, aunque no siempre ejerzan el papel que necesitarían como inversores.
Las personas no deciden normalmente lo mejor para ellas, por lo que necesitamos facilitar mucho más el conocimiento financiero a la ciudadanía y hacer más sencillo lo complejo, desde las entidades financieras, legisladores y supervisores.
Por otro lado, hoy sabemos que las decisiones de inversión que tomamos, por su propia complejidad e incertidumbre, están influidas por sesgos conductuales erróneos, emociones desmedidas y comportamientos gregarios, activando atajos mentales que provocan desacertadas estimaciones de los riesgos y expectativas de los precios, así como otras respuestas que favorecen no obtener los resultados esperados.
Un mayor conocimiento financiero debiera ayudar a contrarrestar la influencia de estos sesgos emocionales, pero la realidad parece mostrar que muchos inversores, con distintos grados de conocimiento, exhiben comportamientos parecidos, por lo que la educación financiera de los inversores debiera priorizar aquellos aspectos que ayuden al inversor a comprender sus propias emociones, el cómo toma las decisiones en diferentes situaciones, las trampas emocionales que se va a encontrar y las mejores estrategias para afrontarlas, permitiendo la toma de decisiones más acertadas y favoreciendo la eficiencia de los mercados de valores.
Por otro lado, debemos de ser conscientes de que vamos a tener una vida más larga de lo que pensábamos. La vida de 100 años no es una utopía, es una realidad muy cercana, y vivir y trabajar en la era de la longevidad, requiere una aproximación distinta en torno a las decisiones financieras presentes, porque implicarán la capacidad, o no, de alcanzar nuestros objetivos vitales en el futuro.
En un mundo más longevo, mirar hacia el futuro es muy importante, y debemos planificarlo adecuadamente, para ayudarnos a tomar mejores decisiones de ahorro, consumo e inversión, porque los errores por falta de conocimientos y de nuestras propias emociones, influidas por la preferencia natural en las recompensas a corto plazo frente a las ganancias que se demoran en el tiempo, pueden aumentar la incertidumbre sobre nuestro futuro, y la renuncia a nuestras metas y sueños.
Fundamentalmente, el inversor deberá de conocerse y entenderse mejor, obligarse a planificar en su yo presente cómo quiere que sea su yo futuro, en el que equilibre lo financiero y lo no financiero, lo económico y lo psicológico, así como lo racional y lo emocional.
Rafael Romero, director de Abante en Málaga
Conclusiones a la ponencia realizada por el autor sobre cómo mejorar las decisiones financieras gracias al conocimiento de psicología financiera, en el marco del Congreso Internacional de Educación Financiera EDUFINET el pasado 22 de noviembre de 2018 en Málaga