La marea de chalecos amarillos ha tomado París. Los efectos de lo que al principio parecía un acontecimiento puramente local podrían sobrepasar las fronteras nacionales. Lo que parecía un capítulo únicamente francés puede acabar entrando en los libros de historia europea. Tal vez la marea amarilla esté forzando un punto de inflexión histórico para la eurozona y para la política europea en general. Muchas personas se sienten perdidas y temen el declive económico en un mundo cada vez más inseguro.
El temor de los gobiernos ante las protestas “en la calle”
Las concesiones del gobierno francés demuestran el temor ante el poder y la influencia que ejercen las protestas “en la calle”. Para conseguir la aprobación de los ciudadanos, las capitales europeas abandonarán antes de lo esperado la impopular política de austeridad. Probablemente, este también será el caso de Alemania, la mayor economía de la eurozona, donde se ha enardecido el «cero negro” o “déficit cero” como estandarte de una política presupuestaria “seria”.
La política fiscal tiene que funcionar
Básicamente, esa sería la vía más lógica. La eurozona necesita un nuevo impulso, y esto no sólo lo demuestra el desarrollo económico de los últimos meses. Europa se ha quedado más rezagada que los Estados Unidos y Asia. ¿Qué impulsos podrían ser estos?
La solución no la encontramos en el Banco Central Europeo (BCE), si bien puede mantener los tipos de interés bajos, retrasando así la quiebra de los estados individuales mediante la reducción artificial de los costes de refinanciación y ganando tiempo para la eurozona. Sus recursos son limitados. Puede echar una mano a los gobiernos nacionales, pero no puede asumir la responsabilidad de forma permanentemente. Por otra parte, nadie está dispuesto a implementar medidas y reformas estructurales impopulares, pero necesarias para la supervivencia del Eeuro a largo plazo y así subsanar sus defectos de origen.
La deuda sigue creciendo
Por eso creemos firmemente que ha llegado la hora de dar paso a medidas de carácter fiscal: paquetes de estímulo económico, recortes fiscales o subvenciones. En pocas palabras, regalos para los votantes. Una política fiscal expansiva tiene un efecto inflacionista, que no augura nada bueno para los ahorradores y los sistemas de pensiones clásicos. Especialmente si prevemos que los tipos de interés se mantendrán bajos dentro de la eurozona. Esto es aún más cierto en el futuro, porque las concesiones hechas por los políticos deben financiarse con nuevas deudas. La enorme montaña de deuda sigue creciendo y con ella la dependencia de los bajos tipos de interés. Es un círculo vicioso. Las tasas de interés se mantendrán bajas indefinidamente. Al menos mientras el euro siga vigente en su forma actual.
Un horizonte nada prometedor para los ahorradores
Los más afectados serán las familias que dependen de sus ahorros para la jubilación, todos aquellos que no disponen de bienes inmuebles propios o depósitos con acciones de calidad. Especialmente aquellos que confían su provisión para la vejez en productos tradicionales de ahorro o en seguros de vida con capitalización.
El problema se agravará en función del aumento de la inflación. Incluso una tasa de inflación moderada, como la que se ha medido recientemente en la eurozona, puede causar daños devastadores a lo largo de los años.