Una de las cosas más difíciles, pero más importantes, que un inversor ha de hacer es determinar qué es estructural y qué es cíclico dentro de los mercados y el conjunto de la economía. La cita de Mark Twain “Lo que te mete en problemas no es lo que no sabes. Es lo que sabes con certeza que simplemente no es así” aparece en la introducción del libro de Michael Lewis titulado The Big Short, una obra sobre el hundimiento del mercado de bonos hipotecarios de alto riesgo, para aludir al convencimiento que mostraron los consumidores, los organismos de control, los bancos centrales y los políticos de que los precios de la vivienda en EE.UU. seguirían subiendo indefinidamente.
En mi caso particular, la cita de Twain me sirve como recordatorio de que las ideas recibidas deben cuestionarse. De hecho, cuantas más personas se apuntan a un lugar común, menos hace falta para derribarlo. Un ejemplo sería la idea de que la regulación y la tecnología han erosionado la “ventaja de información” que los inversores tomaron en su día como fuente fiable de rentabilidades.
Ahora la información está por todas partes, reza el lugar común, porque las empresas están obligadas a revelarla al mercado de forma equitativa, y la transmisión digital de la información es tan fácil que todo el mundo dispone de ella al mismo tiempo. No estoy de acuerdo: está surgiendo una nueva ventaja de información que será esencialmente diferente.
Es un error pensar que no tiene utilidad estudiar la información sobre una empresa o un sector
Las nuevas tecnologías y la regulación han traído consigo nuevas ineficiencias. Me voy a centrar en tres de ellas: un entusiasmo excesivo en torno al big data, las consecuencias del mayor volumen de información y el impacto de los actores que no se guían por el análisis fundamental.
El big data es inútil si no puede interpretarse adecuadamente
Vayamos con la primera: las nuevas, ingentes y fácilmente accesibles fuentes de datos -junto a unos ordenadores cada vez más rápidos para procesarlas- han permitido a los inversores reconocer tendencias, identificar niveles de actividad, detectar movimientos incipientes en los precios y entender los comentarios de los clientes sobre nuevos productos… todo para aventajar a otros actores del mercado. ¿Pero es esta estrategia una fuente genuinamente replicable de rentabilidades? Big data significa muchísimos más datos y, junto a ellos, el riesgo de tomar el simple ruido por una perspectiva valiosa.
Un ejemplo tomado de la esfera política: ahora se realizan más encuestas de opinión que antes, pero en los últimos años se han producido más resultados electorales inesperados. La mayor disponibilidad de datos debería haber dado lugar a predicciones mucho mejores, pero simplemente ha alumbrado una enorme cantidad de sondeos.
La presentación podría ser parte del problema: le concedemos demasiado crédito simplemente por la forma en que se presenta. El big data y la inteligencia artificial necesaria para interpretarlo están de moda y apelan a un deseo de pruebas empíricas, pero no siempre aciertan y los inversores pueden dejar sin cuestionar unas interpretaciones faltas o engañosas al confiar en simples datos en lugar de hacer caso a su instinto.
Además, la mayor parte de los datos se caracteriza por una vida útil muy corta, ya que utilizan canales de difusión que caducan rápidamente: por ejemplo redes sociales, imágenes geoespaciales, servicios de noticias y datos de transacciones.
Por último, y más importante: cuanto más inviertan y presten atención los actores del mercado al big data, más probabilidades existen de que la información que ofrezca ya esté descontada en el precio. El big data podría ser un gran decepción.
Demasiada información pública puede traducirse en menos información valiosa
Hablemos ahora de la información que se publica. Los consumidores y los organismos reguladores demandan más, en la creencia de que más información equivale a decisiones mejor fundamentadas y riesgos mejor entendidos. Sin embargo, el apabullante volumen de información que se difunde a consecuencia de ello puede tener el efecto contrario.
La información importante puede estar enterrada bajo el peso de lo que tal vez podría ser importante en determinadas circunstancias
En la actualidad, la mayoría de documentos de auditoría, memorias anuales, hechos relevantes, términos y condiciones y legislación sobre medidas de seguridad han incrementado inexorablemente su tamaño. Resulta difícil de creer que la comprensión de los inversores haya aumentado en la misma medida. A veces, menos es más.
No conviene confiar siempre en el precio
Por último, voy a hablar de lo que podría denominarse la pereza de los actores del mercado. Uno de los aspectos más valiosos de los mercados financieros como transmisores de información solía ser el de consolidar las opiniones de los inversores sobre el futuro. Cuanto más profundo y líquido es el mercado, mejor es el mecanismo de señalización. Los inversores a largo plazo nos dejan lecciones sobre la “sabiduría de las masas”, ese mercado inteligente y eficiente que se mueve mucho antes de que unos torpes analistas tengan la información que necesitan para averiguar por qué.
Lo que resulta fascinante es que cuantos más inversores, reguladores y bancos centrales han abrazado sin reservas la idea de la sabiduría del mercado, menos atención han puesto en examinar la relación entre los hechos y los precios. En otras palabras: a menudo se espera que los hechos se ajusten al precio, y no al revés. Se pasa de puntillas sobre las valoraciones y los atributos de una acción se consideran más importantes que la empresa sobre la que dicha acción otorga una participación.
Dicho en términos sencillos: cuanta más importancia se da al precio y a su evolución reciente, menos se valoran los fundamentales básicos de la empresa, el sector y sus perspectivas. Pero una manada de lemmings no suele ser sensata.
Adoptar una perspectiva a largo plazo para conseguir una ventaja
En una época en la que los inversores se sienten cada vez más atraídos por los atajos, se consiguen ventajas tomando el camino más largo. Resulta útil desplegar el capital humano junto con la tecnología. La industria de la moda nos ofrece un buen ejemplo: la moda rápida. Las prendas baratas, de tendencia y fabricadas a destajo en regiones de bajo coste fueron un sector en auge pero ha perdido lustre. La ventaja comercial reside ahora en lo artesanal, la procedencia y la calidad, y ahí las redes sociales están creando mercados nuevos y más accesibles, y las interfaces tecnológicas vistosas han modernizado la experiencia del cliente.
Por eso creo que la ventaja novedosa y potencialmente más valiosa para los inversores podría residir en reunir información sobre las perspectivas a largo plazo de una empresa, el sector al que pertenece, la asignación del capital que impulsará las rentabilidades empresariales (durante los próximos años, no semanas o meses) y hasta qué punto la cultura de una empresa ofrece una red de seguridad.
Si eso le parece arduo, pedestre y, por qué no decirlo, trasnochado, tal vez le tranquilice saber que la mayoría de los actores del mercado están hipnotizados por unos conjuntos de datos que giran cada vez más rápido, ajenos a las nuevas ineficiencias que están creándose en torno a ellos.