“¡La inflación ha muerto!” Uno puede llegar fácilmente a esta conclusión al hacer un seguimiento de la evolución de los precios al consumo en la eurozona. De hecho, la tasa de la inflación básica de los precios al consumo armonizada (ajustados por los componentes volátiles de la energía, alimentación, alcohol y tabaco) ha estado por encima del objetivo del Banco Central Europeo “por debajo, pero cerca del 2%” en tan solo quince meses desde que el euro fue introducido hace más de diecinueve años.
A lo largo de los últimos cuatro años, la inflación básica ha oscilado incluso por debajo del 1% la mayor parte del tiempo. Al intentar explicar este supuesto mundo libre de inflación, los economistas a menudo apuntan a las discontinuidades estructurales inducidas por la tecnología, los efectos de la globalización y los factores demográficos. Pero este razonamiento no encaja con el consumidor medio, quien percibe el mundo de la inflación de forma diferente.
En efecto, la baja inflación oficial no coincide con la inflación percibida, que, según las encuestas de la Comisión Europea, ha estado varios puntos porcentuales por encima de la tasa de inflación publicada durante muchos años. Si bien esta divergencia puede explicarse en parte por el hecho de que los bienes y servicios adquiridos con frecuencia registran mayores aumentos de precios que toda la cesta utilizada para medir la inflación, también revela otro problema importante en la medición oficial de la inflación: la falta de representatividad.
El llamado esquema de ponderación, como por ejemplo la importancia relativa de los componentes individuales en el índice del precio al consumidor, está basado en el gasto agregado de los consumidores, en el que la participación de los hogares con mayores ingresos tiende a ser exagerada. Debido a las diferencias en los patrones de consumo, los hogares con menores ingresos y los consumidores de mayor edad tienden a notar en mayor medida la inflación. Evidentemente, no solo la belleza, sino también la inflación depende de la visión del espectador, por lo tanto, hablar de una tasa de inflación media tiene un significado limitado.
Al margen de estos factores sociodemográficos, hay otros que indican que la inflación de los precios al consumo en la eurozona está más bien subestimada que sobreestimada. Si bien los defensores de la hipótesis de la deflación a menudo apuntan a una consideración insuficiente de los ajustes de calidad en la moderación de los precios en la cesta subyacente, este argumento se queda corto por varias razones.
Además de los problemas propios de la medición, el cálculo actual no considera la reducción de la vida media de muchos bienes duraderos. En cambio, este fenómeno conocido como “obsolescencia”, debe considerarse como una cualidad negativa con un efecto inflacionario implícito
La razón principal por la cual la inflación oficial en la zona euro subestima los aumentos reales en los precios es la no incorporación del coste de las viviendas ocupadas por sus propietarios. A diferencia de EE.UU., donde pesa casi el 24% en la cesta general y el 30% en la inflación básica, Eurostat sigue excluyendo este importante factor, principalmente por razones metodológicas. Como estos costes, basados en el peso medio de los estados miembros del euro, han alcanzado una tasa anual por encima del 3%, en línea con el enfoque de EE.UU., la inflación oficial en la zona euro se ha visto incrementada notablemente.
Estos hallazgos plantean la cuestión de si los participantes del mercado financiero y los responsables de la política monetaria dan por hecho, conscientemente o no, la falsa precisión de la medición de la inflación y el supuesto entorno de baja inflación a pesar de tener un mejor conocimiento. Más aún cuando se tienen en cuenta los cambios metodológicos implementados con el estímulo de los bancos centrales y los gobiernos en muchos países industrializados desde principios de los años ochenta, que han tenido un efecto de amortiguación general sobre los datos de la inflación que se publican.
Una subestimación de la inflación de los precios al consumidor puede tener serias consecuencias más allá del impacto negativo inmediato en los consumidores. Además de exagerar el crecimiento económico, los gastos gubernamentales vinculados con la inflación y los beneficios sociales serían demasiado bajos, con efectos indirectos en los déficits fiscales y la deuda pública. Además, las decisiones corporativas y las negociaciones salariales se llevarían a cabo en base a unas asunciones de baja inflación.
También habría implicaciones de largo alcance en la política monetaria del Banco Central Europeo. En caso de subestimar la inflación, el camino extremadamente acomodado del BCE parecería aún más inapropiado de lo que ya se estima por la recuperación económica sostenida en la eurozona y el gran aumento de los precios de los activos en los últimos años. La postura de Mario Draghi sobre el mantenimiento de la estabilidad en los precios pone de manifiesto el dilema de los Bancos Centrales.
Mientras se centran en el índice armonizado de precios al consumidor, siguen un concepto de inflación con una definición rígida y propensa a errores tales como su principal objetivo a medio plazo. Debido al espejismo de establecer una medición precisa de la inflación, el ex presidente de la Fed, Alan Greenspan, se posicionó en contra de un objetivo explícito de inflación para la Reserva Federal hace casi veinte años, un consejo que obviamente se ignoró en EE.UU. y la zona euro.
Irónicamente, parece que los autores de las políticas monetarias en los países desarrollados han acabado siendo víctimas de su propio éxito en sus prolongados esfuerzos por bajar la inflación. Además, debido a los efectos deflacionarios de los defectos metodológicos, les ha costado hacer que la inflación vuelva a su objetivo de forma sostenible, a pesar de las excesivas medidas expansivas no convencionales y cuantitativas.
Por el contrario, esta política ha causado varios efectos secundarios dañinos y está contribuyendo a la convicción generalizada entre los responsables de las políticas monetarias y los participantes en los mercados financieros de que los bancos centrales seguirán siendo «salvadores de último recurso» también en futuras crisis.
En este contexto, un cambio hacia una medida de inflación más realista e inclusiva sin duda sería un paso beneficioso para el Banco Central Europeo
Mientras que los deudores y los ministros de finanzas de la zona euro siguen disfrutando de los bajos (o negativos) tipos para endeudarse que emanan de una política monetaria demasiado expansiva, los ahorradores continúan enfrentándose a los altos costes de oportunidad por el ingreso de intereses no percibidos. Esta represión financiera se ve agravada por la falta de representación de la inflación real, ya que los activos nominales, como depósitos o bonos, están sometidos a una silenciosa devaluación adicional. Los inversores deben ser conscientes de este peligro: ¡la verdadera pérdida de poder adquisitivo de sus activos tiende a ser subestimada por las tasas oficiales de inflación!