Este domingo se celebró el Día Internacional contra el Cambio Climático, una fecha que nos invita a reflexionar sobre las consecuencias de este fenómeno. De hecho, podemos echar mano del último informe sobre el cambio climático de la ONU, el cual ha hecho saltar las alarmas. Sin embargo, los datos que facilita no son nuevos, pero si puede que lo sea la creciente intensidad de las olas de calor, incendios e inundaciones que hemos experimentado estos últimos meses. Unos acontecimientos que han podido ayudar a que los ciudadanos aterricemos uno de nuestros mayores desafíos: el cambio climático.
Tal y como explica Andy Howard, responsable de inversión sostenible de Schroders, el último informe del IPCC ha subrayado de forma útil las consecuencias de la falta de acción. “Es inevitable que se produzcan más daños físicos; en cualquiera de los escenarios que dibuja, las temperaturas aumentarán hasta 1,5°C en la década de 2030”, apunta.
El informe revela que, si se reducen las emisiones hasta 2050, las temperaturas descenderán más adelante en el transcurso del siglo, pero los aumentos iniciales -resultados de los lapsos entre las emisiones y los aumentos de temperatura- son inevitables. “Si no se toman medidas para reducir las emisiones, las temperaturas aumentarán hasta 4 grados por encima de esa línea de base histórica antes de que finalice el siglo XX”, advierte Howard en base a los resultados del informe.
¿Qué significa esto?
La experta de Schroders insiste en que, aunque la diferencia entre 1,5°C y 4,0°C puede parecer menor, las consecuencias humanas no lo son. Un aumento de la temperatura de 1,5°C provocará sequías 2,4 veces más frecuentes y un aumento de las precipitaciones extremas 1,5 veces. A 4°C, esos riesgos se duplican aproximadamente hasta 5,1 veces y 2,8 veces, respectivamente, momento en el que muchas partes del mundo se volverán inhabitables, las migraciones masivas serán inevitables y las repercusiones económicas graves.
“Estas advertencias pueden proporcionar el catalizador que los gobiernos aún necesitan para coordinar una acción ambiciosa y global para alcanzar las emisiones netas cero a mediados de siglo”, opina. Para alcanzar ese objetivo será necesario reducir las emisiones globales de carbono a la mitad durante la próxima década, es decir, una reducción anual del 6-7%. En los últimos 50 años, las emisiones han aumentado un 2% anual de media. Aunque es posible, la experta advierte de que ese escenario es muy optimista a menos que se tomen medidas mucho más agresivas.
Un impacto desigual: los ganadores y perdedores del cambio climático
Sin embargo, los efectos del cambio climático -y lo que podría suponer para los inversores- variará considerablemente en todo el mundo. El calentamiento global y las tasas de precipitación no se distribuirán uniformemente por todo el planeta. Habrá ganadores y perdedores, según advierte Irene Lauro, economista de Schroders. Por tanto, el impacto económico del cambio climático también variará, lo que tendrá importantes repercusiones en la rentabilidad de los activos.
En particular, se prevé que la región del Ártico siga calentándose más rápidamente que la media mundial. Además, las temperaturas en las latitudes más altas del hemisferio norte aumentarán más rápidamente que en las regiones del trópico. Las precipitaciones tampoco se distribuirán uniformemente. Se espera que las zonas húmedas del mundo se vuelvan más húmedas a medida que se intensifique el cambio climático, mientras que es probable que el agua escasee en zonas donde el suministro de agua ya es limitado.
El impacto del cambio climático en la productividad
Como han puesto de relieve las recientes investigaciones de Burke y Tanutama, existe una relación cuadrática entre el crecimiento de la productividad y la temperatura. Esto significa que la productividad de los «países fríos» aumenta a medida que aumentan las temperaturas anuales, pero cuando las temperaturas anuales son superiores a 12-13°C, la productividad empieza a disminuir.
Por ejemplo, en los países fríos un aumento de la temperatura podría abrir nuevas zonas al cultivo o más partes del mar podrían ser navegables y estar disponibles para la pesca al derretirse el hielo. Por el contrario, en los países cálidos se espera que la producción agrícola disminuya como consecuencia del aumento de la desertización. La producción ganadera también disminuirá debido al aumento del estrés térmico.
El gráfico 2 muestra los costes físicos en un escenario en el que las temperaturas globales aumentan más de 3 grados centígrados en 2100 con respecto a la media preindustrial. Este escenario sugiere que las economías mundiales no aplican estrategias de mitigación adecuadas para limitar las emisiones de carbono.
Los costes se expresan en relación con el «caso sin cambio climático», en el que no hay efectos de la temperatura. En un horizonte de 30 años, Suiza, Canadá, Alemania, Francia y el Reino Unido estarán mejor posicionados en un escenario en el que el calentamiento global aumenta más de 3°C por encima de los niveles preindustriales. La productividad se deteriora en Australia y en la mayoría de los países con mercados emergentes.
Costes físicos- el impacto del cambio climático en la productividad
¿Cuál será el coste para los inversores?
Según explican desde Schroders, algunos estudios sugieren que las catástrofes naturales podrían impulsar la productividad de las empresas y promover el crecimiento a largo plazo. Esto se debe a que las empresas que sobreviven actualizan su capital y adoptan nuevas tecnologías. Esta hipótesis de que las catástrofes estimulan el crecimiento se denomina «destrucción creativa«.
Sin embargo, no todo apoya esta visión, advierte Irene Lauro. Un estudio reciente analizó la exposición física de los países al universo de los ciclones tropicales durante 1950-2008. En él se encontró pruebas sólidas de que los ingresos nacionales disminuyen, en línea con su tendencia anterior al desastre, y no se recuperan en 20 años. “Esto parece explicarse por el hecho de que las catástrofes frenan temporalmente el crecimiento al destruir el capital, pero no se produce ningún repunte porque los diversos mecanismos de recuperación no logran compensar el efecto negativo a corto plazo de la pérdida de capital. El análisis parece respaldar la hipótesis de la «no recuperación», al constatar que una desviación estándar en la exposición a los ciclones de un año reduce el PIB en 3,6 puntos porcentuales 20 años después, lo que hace retroceder a un país medio casi dos años de crecimiento”, explica.
En Schroders han analizado las previsiones de rentabilidad a 30 años y han incorporado el impacto del calentamiento global en la productividad para encontrar que tendrá un impacto en el desempeño de las acciones a largo plazo. Así, la productividad es un factor clave para la rentabilidad de las acciones y su rentabilidad se verá afectada por el efecto que el cambio climático tendrá en la productividad.
El gráfico 6 compara los beneficios de la renta variable a 30 años con y sin calentamiento global. Está claro que habrá ganadores y perdedores como consecuencia del aumento de las temperaturas.
En particular, las acciones canadienses, británicas y europeas obtendrán mayores beneficios en comparación con el escenario sin cambio climático. El cambio climático es una mala noticia para los inversores en renta variable de los mercados emergentes, y el mayor golpe lo recibirán India, Brasil, México y Sudáfrica.
Cómo puede el mundo de la inversión mitigar el cambio climático
En esta lucha para rebajar la temperatura o evitar que siga subiendo, está claro que cada uno tenemos una responsabilidad individual, pero algunos sectores, como, por ejemplo, el de la inversión, tienen un gran poder. Según explican Roland Rott, responsable de Investigación sobre ESG e Inversión Sostenible, y Stephanie Lipman, analista ESG, de La Française, para que los bancos y los gestores de activos cumplan sus compromisos y objetivos de alinear sus carteras con los objetivos climáticos globales, deben trabajar estrechamente con sus clientes y comprometerse con las empresas en las que invierten y no sólo centrarse en aquellas que ya son bajas en carbono.
“El punto crítico para destacar es que el objetivo debe ser la reducción de las emisiones en el mundo real, y no sólo la disminución de las emisiones de la cartera financiada, lo que puede lograrse fácilmente mediante la gestión de la cartera y la desinversión”, advierten.
En la práctica, esto implica un enfoque de inversión necesariamente orientado al futuro. “Las estrategias orientadas a la transición deben tener en cuenta la trayectoria futura de una empresa o participación determinada, es decir, su potencial para «ecologizarse» y reducir su propia huella de carbono, o para proporcionar los medios para que otros lo hagan. Lo más importante es que den prioridad a esta progresión por encima de una puntuación o calificación ESG puntual”, señalan.
Más allá de la asignación de capital, los gestores e inversores deben comprometerse con las empresas en las que invierten, tanto colectiva como individualmente, y ejercer el derecho de voto en cuestiones relacionadas con el clima.