Dada la velocidad actual del cambio climático, no es de extrañar que empresas como las de combustibles fósiles se estén convirtiendo en inversiones de alto riesgo; son objeto de un escrutinio creciente por su gran responsabilidad en el cambio climático, se enfrentan a costes progresivos para cumplir con una normativa sobre emisiones de carbono cada vez más estricta y necesitan cambiar fundamentalmente sus modelos de negocio.
Los gestores con visión de largo plazo saben que la transición a una economía neutra en carbono y resiliente respecto al clima está ya en marcha. Están convencidos de que no se pueden permitir perder este cambio. En consecuencia, la reducción de la exposición al carbono de la cartera se convierte en clave en la gestión de los riesgos de inversión relacionados con el clima. Esto se hace principalmente a través de la desinversión, es decir, evitando empresas intensivas en carbono y que tienen menos posibilidades de hacerlo bien en el proceso de transición a una economía baja en carbono.
Pero para poder reducir la huella de carbono de la cartera, es necesario poder medirla. Así que, ¿cómo saben los gestores en qué empresas desinvertir para reducir la exposición al carbono de su cartera?
Obviamente, las compañías de petróleo y gas, así como las empresas fuertemente expuestas al carbón, son extremadamente poco atractivas debido a su alta exposición al carbono. Pero para responder a esta pregunta con precisión, la intensidad del carbono de las inversiones debe calcularse de manera comparable. ¿Cómo se hace esto?
La base del cálculo de la intensidad de carbono de una cartera, o de cualquier inversión, es la emisión de carbono de cada empresa en la que invierte. Esto se hace midiendo o estimando las cantidades de diversas emisiones de gases de efecto invernadero que pueden atribuirse directa o indirectamente a las actividades de una empresa.
Todas las emisiones de las operaciones directas de una empresa (ámbito 1), así como su consumo de energía y calor (ámbito 2) se miden en toneladas métricas equivalentes de dióxido de carbono (t CO2e). El cálculo incluye todas las emisiones de las operaciones de una empresa © The Greenhouse Gas Protocol, 2011 (© El Protocolo de Gases de Efecto Invernadero, 2011).
Por ejemplo, una empresa química registra emisiones directas de CO2 (ámbito 1) a partir de su producción, así como la generación de energía y vapor de sus propias plantas, y las emisiones indirectas de CO2 (ámbito 2) a partir de la producción de electricidad que adquiere de proveedores. Todas las demás emisiones indirectas de CO2 (ámbito 3) producidas a lo largo de la cadena de valor, como el transporte, el uso o la eliminación de productos, no se tienen en cuenta en el cálculo de la intensidad del carbono, ya que los datos de emisiones del ámbito 3 son difíciles de recopilar y estimar con precisión. Además, una empresa tiene poca influencia sobre la reducción de emisiones de carbono en su ámbito 3. Por ejemplo, un fabricante de automóviles no puede decidir cómo se utilizan sus coches y sus consiguientes niveles de emisiones de alcance 3.
Sobre la base de los datos de emisiones de ámbito 1 y 2, hay principalmente dos enfoques para calcular la intensidad de carbono de una cartera: 1) Uno es la huella de carbono. Esta es la emisión total de carbono para una cartera normalizada por el valor de mercado de la cartera, medida en toneladas de CO2e/millón invertido. 2) La otra es la intensidad media ponderada de carbono. Esto indica la exposición de una cartera a empresas intensivas en carbono, medida en toneladas de CO2e/millón de ventas.
Huella de carbono
Para el enfoque de huella de carbono, el valor de las acciones de una empresa en una cartera se establece en relación con el valor de la empresa. Esta ratio se multiplica por la emisión de carbono de la empresa, lo que se traduce en las emisiones que el gestor «posee» o tiene en su cartera. La huella de carbono de una cartera se evalúa agregando la información a nivel de la cartera, normalizado por el valor de mercado de la cartera. Este enfoque permite la asociación y la cuantificación directa de las emisiones de la cartera. También permite a los gestores comparar la intensidad de carbono de una cartera con otra.
Intensidad media ponderada de carbono
El enfoque ponderado de intensidad media de carbono permite la comparación de emisiones de carbono entre empresas incluidas en una cartera con diferentes tamaños, al mostrar cuántas toneladas de emisiones de CO2 genera una empresa por cada millón de ventas. Las emisiones se asignan sobre la base de las diferentes ponderaciones de la cartera; es decir, el valor de la inversión en relación con el valor de la cartera. A continuación, el peso de cada valor se multiplica por las emisiones de carbono de la empresa correspondiente normalizadas por su cifra de ventas. El resultado proporciona información sobre si una cartera invierte más o menos en empresas intensivas en carbono en comparación con otras carteras o con un índice de referencia. Parece probable que las carteras con mayor exposición al carbono se enfrenten a riesgos regulatorios y de mercado relacionados con el carbono.
Medir la intensidad del carbono de las carteras mejora la transparencia de los riesgos relacionados con el clima. Ambos enfoques descritos anteriormente proporcionan a los gestores información importante para garantizar que sus decisiones de inversión realmente tengan un impacto en las emisiones de CO2. Esto es cierto especialmente si se compara con el presupuesto de carbono disponible para alcanzar el objetivo de dos grados del Acuerdo de París, que quiere mantener el aumento de la temperatura global de este siglo muy por debajo de dos grados centígrados por encima de los niveles preindustriales.
La medición es el primer paso, pero fundamental para facilitar a los gestores su labor de colaboración en la atenuación y adaptación al cambio climático.