En los últimos años los mercados financieros han experimentado una novedad en la que merece la pena reflexionar: “la rentabilidad de los activos sin riesgo es prácticamente cero o incluso negativa”. Históricamente la rentabilidad de los activos sin riesgo a corto y medio plazo (como las letras y bonos del Tesoro o los depósitos bancarios) protegían la riqueza del ahorrador porque “pagaban” la inflación.
En la actualidad, las letras del Tesoro, los bonos del estado a corto plazo y los depósitos (activos sin riesgo) ya no protegen al inversor-ahorrador frente a la inflación. Cualquier asignación de activos destinada al ahorro debe incluir activos con riesgo.
Riesgo financiero
A mayor rentabilidad esperada de un activo financiero, mayor posibilidad de pérdida a corto y medio plazo. Rentabilidad y riesgo son las dos caras de una misma moneda. Se asume riesgo cuando se puede, no cuando se quiere y dicha capacidad de asumir riesgo está en función del apetito de este, de la rentabilidad deseada y del plazo para conseguirlo. En este sentido, es obligatorio identificar medir y controlar los riesgos financieros para gestionarlos.
Ahorro vs especulación
Ahorro y especulación tienen en común la búsqueda de rentabilidad, pero se separan radicalmente respecto al objetivo de protección de la riqueza. El especulador cede protección a cambio de posibles grandes ganancias (y pérdidas). El ahorrador compra seguridad a cambio de limitar y racionalizar sus ganancias (y sus pérdidas). Además de la asunción controlada, razonable y coherente de riesgos, los principales aliados del ahorrador son la diversificación, los costes bajos y el paso del tiempo.
Diversificación
En las rentabilidades que obtienen las carteras de inversión destinadas al ahorro, el peso del componente estratégico predomina siempre sobre el componente táctico. Un ahorrador que persiga protección y rentabilidad buscará un “equilibrio inteligente”. Es decir; buscará la diversificación. Además, el ratio “rentabilidad/riesgo” siempre es mayor para carteras diversificadas, por lo que no diversificar es una temeridad.
Plazo de inversión
Los riesgos se atenúan con el tiempo. La bolsa puede subir o bajar mañana, pero la historia nos dice que en periodos de 10 años la probabilidad de que la bolsa diversificada genere rentabilidades medias anuales alrededor del 5% es realmente elevada. El ahorrador se alía con el largo plazo para obtener beneficios asociados a la rentabilidad y a los riesgos.
Con respecto a la rentabilidad, la “magia” de la capitalización compuesta nos dice que ganar el 5% durante diez años no es ganar un 50% sino ganar un 63% (tan sólo tenemos que capitalizar año a año nuestras ganancias). Con respecto a los riesgos, éstos se atenúan con el tiempo: la volatilidad a 4 años de una cartera con volatilidad anualizada de 3%, no es 3% por 4, sino 3% por raíz cuadrada de 4 (que es 2).
Costes controlados
Un coste del 2% sobre una rentabilidad esperada de 4% supone la mitad de la ganancia. Un coste de 0,20% sobre una rentabilidad esperada de 4% supone una veintava parte de la ganancia. La vigilancia y monitorización de los costes es una obligación para el ahorrador.
Gestión activa y gestión pasiva
La gestión de una cartera siempre tiene costes. Pero estos costes pueden variar significativamente en función del estilo de gestión de la cartera. La gestión activa trata de aportar valor táctico mediante dos decisiones clave: la selección de valores y cuándo comprarlos y venderlos. Estas decisiones las toma el gestor. De forma implícita la gestión activa está “pagando” el análisis de inversiones (interno o externo) que necesita el gestor para fundamentar sus decisiones tácticas. Además, la gestión activa también “paga” la propia capacidad-habilidad del gestor para aportar diferencial de rentabilidad frente al mercado.
Lo contrario de la gestión activa es la gestión pasiva o indexación. En la gestión pasiva no hay decisiones de selección de valores ni decisiones de compra o venta de esos valores. La labor del gestor queda reducida (y no es poco) a garantizar la réplica de la rentabilidad y el riesgo de los índices representativos de la estrategia (o, al menos, acercarnos lo máximo posible).
En la gestión indexada no hay costes de análisis y los costes de recursos humanos son limitados. Sus costes operacionales también son menores ya que no hay rotación de cartera ni operaciones de compra-venta generadas por decisiones tácticas. Y, por último, los costes de análisis de resultados, seguimiento y control de la gestión pasiva también son menores que los de la gestión activa ya que, en la mayoría de los casos, las referencias de indexación son públicas.
Entonces ¿qué es mejor para el ahorro a largo plazo, la gestión activa o la gestión pasiva? La respuesta no es sencilla. La gestión pasiva es todo estrategia. La gestión activa es estrategia y táctica. Con todo, la evidencia histórica demuestra que realmente pocos gestores activos baten a sus benchmarks.
En conlusión, el ahorrador tiene aliados a los que recurrir en su búsqueda de protección de su riqueza y generación ordenada de rentabilidad. Además de la asunción controlada, razonable y coherente de riesgos, otras premisas básicas de la gestión financiera del ahorro son: diversificar, invertir a largo plazo y pagar costes razonables. Y si de estas tres últimas nos tenemos que quedar con una, nos quedamos con la diversificación.