Desde los inicios de la civilización en la Antigua Grecia las personas han ganado dinero mediante préstamos. El concepto es sencillo: un prestamista le facilita a un prestatario una cantidad de dinero acordada durante un período determinado de tiempo a cambio de intereses que le abonan en pagos regulares. Al final del período le devuelven el dinero prestado.
Suele tratarse de un acuerdo beneficioso para ambas partes ya que el prestamista se asegura un flujo de ingresos fijos con los pagos de intereses regulares durante el período de vigencia del acuerdo y el prestatario consigue financiar una compra que, de otra manera, no podría permitirse mediante una serie mediante una serie de pagos que sí puede asumir.
Al igual que la mayoría de nosotros solicitamos préstamos en algún momento con los que contribuir a financiar los gastos más importantes de nuestra vida como la compra de una vivienda o de un coche, numerosas empresas también toman fondos prestados para financiar proyectos importantes que les permitan crecer.
Los gobiernos a menudo también tienen que tomar dinero prestado para sufragar la diferencia entre lo que recaudan con impuestos y lo que gastan. Si bien la mayor parte de nosotros, nos dirigimos a un banco o entidad financiera para pedir un préstamo, las empresas y los gobiernos tienen otra opción. Pueden aglutinar el importe que necesiten captar en una serie de minicontratos de préstamo de idénticas dimensiones denominados bonos y vendérselos a los inversores. Los bonos que emiten los gobiernos se denominan deuda pública y los bonos que emiten las compañías se conocen como deuda corporativa.