Un bono verde es como cualquier otro bono convencional, es decir, un título de deuda que puede ser emitido por un estado, un banco o empresa, con la diferencia de que el dinero que capta el emisor de un bono verde se destina a financiar proyectos ecológicos.
Como, por ejemplo, proyectos relacionados con el impulso de las energías renovables, la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, el uso sostenible del suelo y gestión de residuos o, por ejemplo, la conservación de la biodiversidad o el transporte limpio.
Una de sus ventajas es que satisfacen a todas las partes interesadas. Por un lado, los inversores complacen sus deseos de apoyar a empresas y a proyectos sostenibles. Las empresas consiguen la financiación necesaria y se impulsa la transparencia, ya que es necesario que los emisores comuniquen sus políticas ESG, un aspecto en el que se está trabajando mucho.
Por último, el planeta es otro de los grandes beneficiados, porque las ganancias de la emisión de los bonos verdes se destinarán exclusivamente a mejorar el bienestar medioambiental.
Los bonos verdes existen desde hace más de 10 años, cuando el Banco Mundial emitió por primera vez un bono dedicado a un tipo de proyecto específico, el clima. Algo que sirvió de modelo para el resto de la industria.