A la hora de invertir, podemos hacerlo adoptando un enfoque directo o indirecto de inversión.
La inversión directa implica que el propio inversor es el que compra y mantiene activos individuales, por ejemplo, compra acciones de una empresa, bonos o bienes físicos como un inmueble. El inversor tiene la titularidad directa de los activos, lo que supone que tiene plena responsabilidad sobre estos y toma todas las decisiones de inversión, puede decidir qué comprar y vender y cuándo.
Con este tipo de gestión, el inversor tiene el control total de su dinero, pero puede ser una actividad bastante compleja, requiere mucho análisis y seguimiento de nuestras inversiones. Además, suele ser más complicado diversificar. Estos aspectos quedan resueltos al invertir de manera indirecta.
La inversión indirecta implica invertir nuestro dinero en un vehículo de inversión como, por ejemplo, un fondo de inversión. Las decisiones de inversión las toma el gestor del fondo, por lo que nuestras inversiones estarán a cargo de un especialista. A pesar de que se delegue en un profesional y no requiera tanto tiempo personal, es recomendable prestar atención de manera regular al comportamiento del fondo para ver si concuerda con nuestras metas.
En la inversión indirecta, como inversor posees una parte del fondo, en lugar de poseer los activos en los que invierte éste y se tiene derecho a un porcentaje de las rentas que genera el vehículo.
Elegir una vía u otra dependerá de nuestro perfil y necesidades personales.