Las turbulencias en los mercados de capitales suelen producirse por oleadas. La prueba definitiva han sido los últimos 24 meses. Tras el estallido del COVID-19 en la primavera de 2020, las expectativas de inflación impulsadas por el rápido aumento de los precios de las materias primas y del transporte de mercancías hicieron que se dispararan las rentabilidades, especialmente en los bonos estadounidenses a largo plazo.
A partir del verano de 2021, el extremo corto de la curva de rendimiento comenzó a moverse, ya que la Fed insinuó un cambio de rumbo del banco central. Una señal especialmente clara en este sentido la dio el presidente de la Fed, Jerome Powell, tras ser renombrado por el presidente estadounidense Joe Biden en noviembre de 2021.
A principios de 2022, además, las conclusiones de la reunión de diciembre de la Fed, fueron mucho más duras de lo esperado, anunciando el desplome de los precios de los activos de mayor riesgo, como la renta variable y los bonos corporativos. Así pues, si bien la invasión rusa de Ucrania y los recientes brotes de COVID-19 en China, junto con las interrupciones de la cadena de suministro que los acompañan, alimentaron las turbulencias en los mercados de capitales, éstas fueron desencadenadas, sin embargo, por el abandono anticipado por parte del banco central de la política monetaria ultralaxa de las últimas décadas. Esto ya había comenzado en los años ochenta, pero se aceleró drásticamente debido a las crisis de las hipotecas subprime y del euro.
Próxima parada: los corporativos
Esta avalancha de liquidez sin precedentes ha provocado toda una serie de excesos, por ejemplo, en los precios del sector inmobiliario o en los precios de las criptomonedas, que posteriormente perdieron fuerza bruscamente.
Es muy probable que la próxima oleada afecte a los bonos corporativos que normalice, también, el exceso de retorno del pasado. Durante años, el “dinero barato” de los bancos centrales ha mantenido con vida (de manera artificial) incluso a las empresas con modelos de negocio fallidos, lo que ha dado lugar a tasas de impago extremadamente bajas, especialmente en Europa. Si las condiciones de financiación se deterioran ahora, podría ser sólo cuestión de tiempo que muchos de estos “zombies” ya no puedan pagar el servicio de sus instrumentos de deuda.
Una tormenta purificadora: la recesión
Pero incluso los emisores de deuda con fundamentos mucho menos inestables van a verse realmente desafiados por la vorágine de la subida de los tipos de interés, la ampliación de las primas de riesgo y el encarecimiento de la financiación, lo que posiblemente conduzca a bajadas en la calificación y lo que exigirá una nueva ampliación de las primas de riesgo. Sobre todo, porque el volumen de negocio y beneficios se ven presionados de manera también por la inflación. Muchas empresas sólo pueden, en el mejor de los casos, repercutir parcialmente el aumento de los precios de compra a los consumidores, que de todos modos ya no tienen ganas de gastar.
Pero si esta nueva ola sigue creciendo, ¿no deberían los bancos centrales volver a construir un dique monetario para evitar un deterioro de las condiciones de financiación, una contracción de la economía y, por tanto, un aumento de las tasas de impago? Si, esto podría ayudar a evitar inconvenientes durante algún tiempo y, sin embargo, a largo plazo, esta estrategia se pagaría con una inflación muy alta. Ya hemos aprendido en varias ocasiones la toxicidad para la economía y la sociedad que esto podría suponer como en la lección histórica que nos dio el fracaso de la república de Weimar. En este contexto, la tormenta purificadora de la recesión parece ser, con mucho, el mal menor.
Ir «en corto» también forma parte de la flexibilidad
Pero, ¿qué significa para la gestión de las carteras multiactivas la constatación de que las perturbaciones en los mercados de capitales suelen producirse en oleadas, algunas de las cuales pueden incluso anticiparse? En última instancia, no significa nada más que una petición de máxima flexibilidad en la ponderación de las distintas clases de activos. Al fin y al cabo, los inversores que apostaron por el «corto» en deuda pública el año pasado y este año, en un contexto de rápido aumento de las expectativas de inflación, podrían incluso generar una rentabilidad positiva con la parte de la cartera correspondiente a los bonos.
Aquellos que creen que la próxima oleada golpeará efectivamente a los bonos corporativos deberían mantenerse al margen de este rincón del mercado de capitales en lugar de ceñirse a una determinada ratio, enterrando la cabeza en la arena. Y si, en un caso extremo, todas las clases de activos se vieran presionadas después de haber sido igualmente elevadas por la avalancha de liquidez de los últimos años, el gestor de carteras con mayor libertad puede, en caso de duda, incluso ponerse «a corto» en renta variable, gubernamental y corporativa.
Una gran libertad requiere una justificación
Sin embargo, a pesar de toda la flexibilidad, ningún gestor de carteras podrá encontrar los puntos de entrada y salida adecuados para todas las clases de activos en fases turbulentas del mercado y, al mismo tiempo, lanzar todo su capital a la clase de valores más prometedora. Esto lo impiden, entre otras cosas, las señales falsas, la falta de liquidez y, por último, el «factor humano». Por lo tanto, no será posible evitar las pérdidas en las crisis, al menos no de forma fiable y repetible.
No obstante, hay dos medidas sencillas para medir el grado de aprovechamiento de las libertades. En primer lugar, está la cuestión de cuántos días hace que un fondo comunicó por primera vez su valor actual. Cuantos más días muestre el análisis, menor será la rentabilidad generada que el gestor de la cartera haya podido asegurar reduciendo el riesgo. Es posible que los riesgos no se materialicen durante un largo periodo de tiempo. Las razones para ello son, por ejemplo, el sentimiento o la liquidez.
Por otro lado, la rentabilidad puede medirse por la rapidez con la que el valor vuelve al nivel previo al inicio de las turbulencias del mercado. Cuanto más corto sea, mejor será el control de pérdidas y el uso de la flexibilidad por parte del gestor.
Tribuna de Thomas Graby, Portfolio manager DWS Invest Conservative Opportunities.