El desempeño de las acciones del sector tecnológico desde noviembre, en especial en las últimas semanas, trae ecos de la burbuja tecnológica del 2000.
Por entonces, la trampa para los inversores fue dar por hecho una revolución (la de Internet) que solo estaba comenzando y llevar al valor terminal de sus descuentos de flujo de caja unos crecimientos que se acabaron antojando imposibles. Ahora, el cambio en pautas de consumo de contenido multimedia, la demanda de laptops & PCs, el incremento en horas de uso de servicios de redes sociales, el salto en volúmenes de e-commerce y las ramificaciones hacia publicidad online e intensidad en la gestión de datos en la nube como consecuencia de los confinamientos y restricciones de la pandemia, han llevado a los gestores de fondos a extrapolar estas tendencias al futuro y a incorporar a sus modelos asunciones poco realistas.
En ambos periodos la Fed arrojó más leña al fuego. En 1998 la burbuja ya daba síntomas de estar comenzando a estallar, afectando así al consumo, la crisis de las divisas asiáticas de 1997 seguía coleando y los bancos internacionales se mostraban cada vez menos dispuestos a invertir y prestar a los países en desarrollo –no sólo en Asia, sino en otras zonas del mundo– mermando el flujo de crédito y la expansión de la demanda agregada a nivel mundial.
En este contexto los ataques terroristas del 11-S afectaron muy negativamente al sentimiento poniendo en riesgo el crecimiento. Más recientemente, las medidas expansivas adoptadas para paliar los efectos del COVID sobre la economía –que hacen palidecer lo llevado a cabo en materia de política monetaria en los años 90– y, posteriormente, la guerra en Ucrania y la incertidumbre que el conflicto vuelca a nivel corporativo y financiero, que han dilatado de forma histórica el régimen de tasas reales negativas, han favorecido la especulación entre inversores minoristas y e inflado las valoraciones de acciones asociadas con temáticas de crecimiento y momentum.
En este sentido, parece que la compra de acciones tecnológicas está «pasando de moda» entre los inversores amateur, algo que por otro lado tiene sentido teniendo en cuenta la pérdida de poder adquisitivo a la que los consumidores se están viendo sometidos al crecer sus salarios por debajo de la inflación (especialmente en Europa). La consiguiente caída en el ahorro como porcentaje de su renta disponible (que en EE.UU. se sitúa ya por debajo de la tendencia pre-pandemia tras haberse desplomado desde el 33,8% en abril de 2020 hasta el 6,2% en marzo de 2022) y la pérdida del colchón que supusieron las transferencias de riqueza desde el gobierno (cheques, moratorias al pago de hipotecas y otros préstamos, suspensión temporal de la campaña del impuesto sobre la renta, etc.) dejan menos dólares para la inversión de alto riesgo.
El drenaje adicional de liquidez que van a suponer las sucesivas subidas de tipos que planea la Reserva Federal para 2022 y 2023 –que ya ha disparado el coste de las hipotecas a 30 años desde el 3% hasta el 5% y que pronto se dejará sentir también en la actividad del mercado laboral– hacen desaparecer los recursos ociosos, impactando de forma muy evidente en el ánimo y la capacidad del especulador.
Como vemos en las gráficas, la riqueza de las familias se disparó hasta un 137% desde los mínimos de marzo de 2020, pero el tensionamiento de la política monetaria pondrá presión al crecimiento en masa monetaria, diluyendo la percepción de holgura financiera.
Los indicios de que esto está sucediendo a gran escala se encuentran allá donde se mire. El ETF Ark Innovation de Cathie Wood, que ha sido la referencia en esta etapa del FOMO (fear of missing out) y el apetito desmedido por la tecnología, se ha colocado esta semana por debajo de la rentabilidad del S&P 500 por primera vez desde su lanzamiento después de haber estado acumulando una ventaja que superaba en 5 veces el retorno cosechado por el índice de referencia norteamericano. Correlación no implica causalidad, pero sorprende no obstante la comparación de este ETF con el auge y caída del Nasdaq. El fondo de 100.000 millones de Masayoshi Son, Softbank Vision, sigue la misma tendencia, habiendo registrado en el primer trimestre pérdidas que exceden los 26.000 millones de dólares en sus inversiones (DoorDash, DiDi o GRab Group, que acumulan caídas superiores al 50% en 2022). La valoración más reciente de Vision se realizó a finales de 2021, arrojando una rentabilidad próxima al 40% en 4 años y medio, muy por debajo del desempeño del S&P 500 en ese mismo periodo.
En la misma línea se expresa el equipo gestor de IAC, una incubadora-holding de empresas de Internet como Tinder, Vimeo, TripAdvisor o Investopedia que es buen termómetro para lo que está sucediendo en el sector. En una reciente comunicación a sus accionistas explica que la reacción del mercado «se debe a un reajuste adecuado en los modelos de valoración y no a un acontecimiento exógeno de cisne negro y que, esta vez, no se vislumbra ninguna vacuna (literal o figurada) en el horizonte que haga que las cosas vuelvan a donde estaban». Además, proyectan que estos ratings en múltiplos perduren para empresas que, como la suya, tienen algo que demostrar.
Fuera del ámbito de la renta variable, y como era de esperar habida cuenta de su correlación negativa con la prima de riesgo en el mercado bursátil, CNBC publica que un 40% de los inversores en bitcoin están ya soportando rentabilidades en rojo. Los nervios entre los inversores en crypto se han visto acrecentados por el desplome en TerraUSD; esta divisa virtual ligada al USD 1:1 era una de las stablecoins más importantes, alcanzando en su pico de cotización una capitalización de casi 20.000 millones. Las stablecoins juegan en el mundo virtual un papel similar al de los fondos monetarios en el de finanzas tradicionales (depósito de valor). Las enormes dificultades de devolver su cotización a la paridad con el dólar y las declaraciones de Yellen han dado inercia a la caída.
La retirada del inversor minorista es relevante porque ha crecido hasta representar un cuarto del volumen negociado en las bolsas estadounidenses. Esta pérdida de interés queda de manifiesto en el caso de Robinhood, que actuó de lanzadera para que los particulares pudieran acceder al mercado de acciones durante la pandemia, llegando a regalar dinero por cada apertura de cuenta, y desempeñando un papel muy relevante en el liderazgo del sector IT en la bolsa global. HOOD ha presentado sus resultados y reveló que sus ingresos por corretaje de acciones han descendido un 73% interanual, hasta los 36 millones de dólares.
La pérdida de un soporte tan importante es un evidente viento en contra para las acciones tecnológicas. Si usamos como hoja de ruta la evolución de la crisis dotcom, el precio de las acciones tecnológicas podría sostener presiones bajistas durante bastante más tiempo. Recordemos que el Nasdaq no tocó fondo hasta finales de 2002, para luego mantenerse en tendencia prácticamente horizontal durante casi 10 años (tardamos 17 en recuperar los máximos), algo necesario para depurar definitivamente las sobrevaloraciones todavía prevalentes después de las caídas.
Pero hay diferencias relevantes también. Desde el 2000 al 2010 la TIR media del bono tesoro EE.UU. superó el 4%, pero las valoraciones eran mucho más exigentes que las que nos encontramos ahora.
Las acciones tecnológicas han caído un 32% desde los máximos de noviembre, un castigo superior al experimentado el primer semestre post pinchazo de la burbuja dotcom. Y un 38% de los componentes del Nasdaq se apuntan pérdidas mayores al 40%. Así, las valoraciones se han moderado sustancialmente. Después de esta abultada corrección cotizan prácticamente en línea con su prima histórica respecto al S&P 500, siendo los títulos más caros los que han aportado más a este ejercicio de moderación. El múltiplo de precio/ventas del primer quintil (las más caras) ha pasado de 16 a 7 veces aproximadamente.