En los mercados financieros siempre existen corrientes y contracorrientes, pero hoy en día estas parecen especialmente fuertes. Pongamos algunos ejemplos. Los beneficios corporativos muestran una fortaleza impresionante y, al mismo tiempo, el crecimiento económico se está ralentizando. La demanda tanto de bienes como de mano de obra sobrepasa la oferta y, aun así, los rendimientos de la deuda soberana de los mercados desarrollados sugieren un entorno económico más bien mediocre. Por otro lado, la demanda inversora de activos de riesgo se sitúa en máximos de varias décadas, pero el coste de los seguros está en niveles insólitamente elevados dado que un número considerable de inversores optan por cubrir sus carteras.
Cuando las cosas se complican, intento simplificarlas. En su forma más sencilla, la inversión es un intercambio de capital por unos flujos de caja futuros. Los proveedores establecen el coste del capital en función del nivel de riesgo de la inversión y de la probabilidad de lograr los flujos de caja prometidos. En la inversión, la dificultad procede, claro está, de la imposibilidad de saber qué pasará en el futuro. Los inversores solo pueden teorizar sobre el potencial de éxito o fracaso de un proyecto en términos de un abanico de posibles resultados.
¿Es más difícil invertir hoy en día?
La tecnología ha democratizado la información y la sociedad está más informada que nunca. Tenemos un acceso infinito e instantáneo a las noticias. No obstante, me pregunto si eso ha mejorado realmente la capacidad de los inversores para valorar el riesgo. Como escribe John Naisbitt en su libro Megatendencias: «Nos estamos ahogando en un mar de información, pero estamos sedientos de conocimiento».
Puede que un titular de prensa sobre economía o política sea importante o interesante desde un punto de vista informativo, pero a menudo resulta irrelevante para la salud a largo plazo de una empresa concreta y sus flujos de caja. Por ejemplo, ¿son realmente importantes los efectos de la decisión de un banco central de reducir su actual ritmo de compras de activos para las perspectivas de beneficios a cinco o diez años de un operador hotelero internacional? ¿Es posible proteger a una tienda física no competitiva de la creciente amenaza del comercio electrónico reprimiendo de manera prolongada el tipo sin riesgo de un país?
Decidir qué es importante y qué no es ahora una tarea mucho más ardua. A mi parecer, los inversores avezados a largo plazo son capaces de distinguir la información relevante del ruido del mercado. Una cosa debe quedar clara: el tiempo que se tarda en reaccionar ante un dato no es un elemento diferenciador. Lo que realmente marca la diferencia es la capacidad para ignorar lo que no importa e incorporar lo que sí lo es. Si, tras una meditada reflexión, se considera que un nuevo dato podría alterar la trayectoria de beneficios más probable, entonces actuar estaría justificado.
¿En qué punto nos encontramos hoy?
Teniendo en cuenta el número de corrientes y contracorrientes y el nivel de ruido actual, una simple mirada al camino recorrido hasta ahora podría iluminarnos.
- En respuesta a la crisis de efectivo de 2020 provocada por las medidas de confinamiento, las empresas eliminaron los costes no esenciales.
- Tras las medidas extraordinarias de los bancos centrales que permitieron la reactivación de los mercados de crédito, el apalancamiento y los balances de las empresas se dispararon.
- Ya avanzado 2021, la combinación de ayudas directas a los consumidores, demanda latente, vacunas y reapertura económica propició un brusco aumento de los ingresos corporativos a escala mundial.
- La convergencia de unos gastos empresariales exiguos, un incremento del apalancamiento financiero y un enorme crecimiento de los ingresos provocó la práctica duplicación de los beneficios corporativos mundiales. Los márgenes han regresado a sus máximos de antes del coronavirus y los beneficios han superado con creces los niveles máximos de finales de 2019.
- Los mercados financieros comenzaron a descontar la explosión de los beneficios a mediados de 2020 y las primas de riesgo (la rentabilidad prevista de un activo por encima de la tasa de rentabilidad sin riesgo) cayeron de manera continua hasta los mínimos históricos actuales. En consecuencia, todas esas buenas noticias están incorporadas en el precio, lo que significa, en mi opinión, que los riesgos superan sustancialmente las recompensas a corto plazo.
¿Qué nos depara el futuro?
Los beneficios son el resultado de los ingresos menos los costes y, en nuestra opinión, el crecimiento de los ingresos resulta vulnerable y los costes probablemente tenderán al alza.
Creemos que las tasas de crecimiento de los ingresos se desacelerarán conforme desaparezca la euforia económica actual. Ahora bien, el mercado (al que podríamos considerar el más listo de la clase) ya lo sabe. A nuestro parecer, lo que se desconoce no es la dirección de los ingresos de cada empresa, sino la magnitud de la desaceleración. Saber qué empresas tienen más probabilidades de sufrir la mayor caída en el crecimiento de los ingresos y cuáles se mostrarán más propensas a resistir será clave.
En un periodo inflacionario como el que vivimos el año pasado, casi todas las empresas pudieron aumentar los precios, lo que se tradujo en un impresionante crecimiento de los ingresos. Sin embargo, eso no equivale a la capacidad de fijación de precios. Es simplemente un paso obligatorio para contrarrestar el aumento de los costes. En estos tiempos, todo el mundo sube los precios y los consumidores están más preparados psicológicamente para aceptar esas subidas en gran parte porque tienen más dinero en sus bolsillos gracias a las medidas políticas adoptadas en respuesta a la pandemia. Y esto dificulta la tarea de los inversores de distinguir entre las compañías que sacan partido de las fuerzas cíclicas y las que pueden subir los precios debido a la elevada demanda de productos y servicios que sus clientes consideran de calidad y por los que están dispuestos a pagar.
Dicho de otro modo, los mercados se vuelven menos eficientes en periodos como estos. Lo que realmente interesa a los inversores (a saber, el verdadero diferencial de crecimiento del flujo de caja libre) solo se sabe a posteriori. Los mercados se tornan volátiles cuando se ven obligados a corregir unas proyecciones de flujos de caja erróneas. Hoy en día, los inversores afrontan el significativo riesgo de poseer activos financieros que presentan un crecimiento del flujo de caja ilusorio, puesto que la reciente fortaleza de sus beneficios se debía a los estímulos en lugar de a un factor más duradero.
Consideraciones sobre los costes
Por lo que respecta a los costes, adoptamos un doble enfoque.
Los costes que no se concretaron durante la crisis fueron rápidamente eliminados por los directores financieros. Si bien la vida tras la pandemia podría llegar más tarde de lo que nos gustaría, la mayoría de los gastos regresarán e impactarán las cuentas de resultados. ¿Pero cuánto tardarán en reaparecer esos costes históricos?
También hay que tener en cuenta los aspectos ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ASG). Durante años, las empresas menos competitivas lograron ocultar unos márgenes operativos y unos flujos de caja por debajo de la media llevando a cabo prácticas insostenibles a expensas de varias partes interesadas. Ahora bien, esos días parecen haber llegado a su fin. Lo que supondrá un factor de cambio no será la presión de los reguladores ni de los grupos de interés, sino de los inversores. Los actuales proveedores de capital discrecionales están exigiendo cambios y, en algunos casos, costosos. Algunas empresas podrán soportar la carga, pero a otras les va a costar. Por ejemplo, recientemente muchos bancos europeos han dejado de ofrecer financiación a corto plazo a las empresas de servicios públicos contaminantes, lo que representa una clara señal de que se acabaron las gangas. Dado el nivel de endeudamiento empresarial actual, me parece que los factores ASG constituyen un importante riesgo subestimado, sobre todo por los inversores en bonos corporativos.
Unas perspectivas deslucidas
No estoy sugiriendo que vislumbramos un mercado bajista o una corrección en el horizonte. No tengo ese don de clarividencia, como tampoco lo tienen otros estrategas, por mucho que se quieran convencer de ello. De todos modos, esa no es nuestra manera de concebir la inversión.
De cara al futuro, prevemos que los activos financieros con precios elevados y un rendimiento fundamental deslucido se revalorizarán. Cuando las valoraciones se hallan en cotas elevadas, el mercado apenas tolera unos datos decepcionantes (incluso si las expectativas no se alcanzan por muy poco). En cambio, las acciones y los bonos de empresas que cumplen las expectativas podrían ser cada vez menos y lograr una rentabilidad superior gracias a la prima de escasez.
Si a esto sumamos la mediocre relación riesgo-remuneración que ofrecen muchos activos financieros en la actualidad, la discreción podría revelarse más valiosa de lo que ha sido durante mucho tiempo. Ha llegado el momento de los inversores pacientes y hábiles.
Al fin y al cabo, como dice el refrán: «no por mucho madrugar amanece más temprano».
Tribuna de Robert M. Almeida, director de inversiones, estratega global de inversiones y gestor de carteras en MFS Investment Management.
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