Hay algunos sectores de la comunidad inversora que creen que el creciente hincapié en la sostenibilidad corporativa es la última panacea. Este grupo afirma que, si los empleadores pagan más a su personal, esto se traducirá en un aumento de las ventas y la productividad y, en última instancia, reducirá los costes. Su razonamiento estriba en que rebajar las emisiones no solo ayudará al planeta, sino que también catapultará las cuentas de resultados de las firmas.
Por desgracia, la realidad es harina de otro costal. La sostenibilidad no es gratis y, en nuestra opinión, los esfuerzos por volverse más sostenibles pondrán en apuros a muchas empresas y puede que incluso lleven a algunas a la bancarrota.
Tendencias en aceleración
La pandemia aceleró muchas tendencias seculares bien conocidas como los medios de comunicación digitales, la computación en la nube o el teletrabajo. Ahora bien, también ha precipitado otras que no resultan tan evidentes, como la soledad, la desigualdad económica y, curiosamente, la demanda de los inversores de cambios en el comportamiento de las empresas.
Aunque podemos mencionar numerosos indicios que ilustran el creciente interés de los inversores por los criterios ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ASG) a través de los flujos de fondos, a nuestro parecer, lo más destacable es el creciente reconocimiento por parte de las cúpulas directivas de la necesidad de adoptar prácticas empresariales más sostenibles.
A título de ejemplo, como se muestra en el eje izquierdo del gráfico 1, se disparó el número de empresas del índice S&P 500 que hicieron referencia a la responsabilidad social corporativa (RSC) en las publicaciones de resultados trimestrales a lo largo de 2020. El eje izquierdo del gráfico refleja el número de firmas de todo el planeta que aludieron, en sus publicaciones de resultados, a alguno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), una serie de objetivos globales acordados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2015 con el propósito de mejorar la calidad de vida en todo el mundo. Revela un incremento interanual igual de significativo.
Por qué la sostenibilidad importa
Hay una larga lista de razones por las que la sociedad civil, los gobiernos y los grupos de interés especial se han preocupado por los asuntos ASG. No cabe duda de que el más notorio estriba en que abordarlos cobra una vital importancia en el éxito a largo plazo de nuestra comunidad global. Por poner un ejemplo, las consecuencias de cuestiones como el galopante cambio climático y la creciente desigualdad en términos de renta podrían ser catastróficas si no se resolviesen.
Sin embargo, nuestro foco se centra en la cambiante función de reacción de las empresas. Ahora que los inversores están poniendo la mirada en las prácticas empresariales sostenibles, las cúpulas directivas han empezado a prestar atención al asunto. Eso importa, y mucho.
La relevancia es clave
La sostenibilidad generará nuevas oportunidades de negocio para algunos, al tiempo que intensificará los riesgos para otros, lo que traerá consigo unas divergencias sustanciales en el valor empresarial a largo plazo de muchas firmas. Ahora bien, lo que se deja claramente en el tintero en la actual narrativa en materia ASG es la relevancia financiera, algo que, sin lugar a dudas, incide en los precios de los activos financieros.
Por ejemplo, huelga decir que un acusado repunte en el salario mínimo estadounidense pondría en aprietos a una serie de modelos de negocio. Algunos distribuidores minoristas afrontarían desafíos de cierta magnitud. Si las empresas de este sector están quebrando a un ritmo alarmante mientras pagan el salario mínimo federal estadounidense de 7,25 dólares por hora, ¿cómo pueden albergar esperanza alguna de sobrevivir si el salario aumenta a 15 dólares? Algunos distribuidores minoristas serán capaces de adaptarse gracias a su posicionamiento competitivo u otras fortalezas. De hecho, algunos ya atesoran estos puntos fuertes, dados los incrementos en las bonificaciones y los salarios que han acometido desde el inicio de la pandemia, si bien las inquietudes en materia de sostenibilidad supondrán para muchos un lastre notable en términos de rentabilidad.
Los productores de combustibles fósiles y las empresas que dependen de ellos también harán frente a grandes óbices. Muchos actores de la industria petrolera apuestan por una clase media creciente en los mercados emergentes que apuntale la demanda y ayude a mantener el statu quo. No obstante, más de dos tercios de la demanda de petróleo guardan relación con los automóviles propulsados por motores de combustión interna, un modo de propulsión que, bajo nuestro punto de vista, se tornará obsoleto en un futuro no muy lejano. Las organizaciones demasiado complejas e ineficientes que tarden en reconocer este cambio y adaptarse a la situación no tienen muchos visos de sobrevivir.
Si echamos la vista atrás a los pasados cien años, nos queda una cosa clara: las empresas consolidadas en los diferentes sectores no se comportan bien ante las tecnologías disruptivas. Y la rotación hacia la sostenibilidad representa una fuerza disruptiva similar a la revolución industrial o el advenimiento de Internet. Configurará la sociedad y el entorno de inversión durante décadas. Pero no será gratis. Deparará ganadores y algunos grandes perdedores. Este nuevo paradigma se está produciendo en un periodo en el que las primas de riesgo se hallan en mínimos históricos, lo que viene a poner de manifiesto la importancia de asignar el capital de forma responsable.
Tribuna de Robert M. Wilson, analista de research, y Rob Almeida, estratega global de inversiones y gestor de carteras en MFS Investment Management.
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